Dolores Conquero publica El dolor de los otros, un ensayo sobre la empatía

Remitido

A menudo se afirma que en nuestra sociedad hay poca empatía, que el exceso de exposición a malas noticias ha provocado cierta insensibilización, pero se habla menos de un fenómeno opuesto que no deja de crecer: el exceso de empatía. Y es que hay gente que no solo se conmueve ante el sufrimiento ajeno, sino que, ante tantas informaciones, se ve sobrepasada y se angustia, e incluso se deprime. Algunas de estas personas reaccionan evitando las noticias. Eso es tanto como decir que, mientras que hay personas que no quieren saber nada de lo que acontece en el mundo por egoísmo, o porque se han vuelto insensibles, hay otras que quizá las evitan simplemente para poder seguir adelante, para poder vivir. Hay que tener en cuenta que nunca antes el ser humano tuvo acceso, en vivo y en directo, a tanta información, a tanto dolor. Nunca antes fue bombardeado con noticias de desgracias que se suceden sin cesar en los cinco continentes.

Partiendo de esta tesis, la escritora Dolores Conquero publica el ensayo El dolor de los otros, que se ha alzado con el Premio Internacional Cuadernos del laberinto de Pensamiento, 2024 y que llega a las librerías esta semana.

La autora recuerda el síndrome de Stendhal y se pregunta si, igual que existe quien colapsa ante mucha belleza, hay quien puede colapsar ante el dolor ajeno. Pero también menciona que tenemos obligaciones como ciudadanos, como seres humanos, a las que no podemos dar la espalda. 

El dolor de los otros es un libro que aborda uno de los temas más candentes de la actualidad. Está minuciosamente documentado y a la vez es ameno, entre otras cosas porque ilustra cada uno de sus capítulos con testimonios que los refuerzan. De Homero a Susan Sontag, de Nietzsche a Patricia Highsmith, de Simone Weil a Jorge Semprún y hasta a la reina Letizia… Son muchos los nombres —y las teorías— que recogen sus páginas. Un tratado muy recomendable para todos aquellos que buscan analizar y ahondar en un sentimiento tan universal como es el dolor, el dolor de los otros y el propio.

A menudo se dice que en nuestra sociedad hay poca empatía, pero usted ha puesto el foco en el fenómeno contrario, el exceso de empatía.

Ambas afirmaciones son correctas. Es cierto que, en líneas generales, hay poca empatía en nuestra sociedad. Pero también es verdad que hay una parte creciente de la población que no solo se siente empática, sino demasiado empática, que está hipersensibilizada ante el dolor ajeno.

¿El exceso de noticias tiene algo que ver en ese sentimiento?

Sí, mucho. La televisión, las redes sociales, los periódicos o internet permiten acceder constantemente a todo tipo de información. Y en esta información, naturalmente, ocupa un lugar destacado lo relativo a calamidades de todo tipo: guerras, hambre, injusticias, devastación… Nunca antes el ser humano ha tenido acceso, en vivo y en directo, a tanta información y a tanto dolor. Eso ha provocado cierta insensibilización en muchas personas, pero también que gente de naturaleza más empática se vea sobrepasada y angustiada. 

¿Cuánta responsabilidad tienen en esto los medios de comunicación?

Históricamente, tienen bastante, claro, pero los medios tradicionales ya no son los principales actores en esta historia. Las redes sociales de todo tipo están ocupando su espacio, sobre todo entre los más jóvenes. Puede que en los medios no haya habido demasiado filtro hasta ahora, pero es que en las redes no hay ninguno. Todo está supeditado a conseguir más visitas y más publicidad.

Hay quien dice que es imposible sentir empatía de verdad.

Eso tiene que ver más con el concepto teórico de la empatía. Casi nadie puede sentirse realmente en el lugar del otro, sufrir exactamente lo mismo, pero eso no quiere decir que no se conmueva y que no le afecte profundamente. A quien sufre de exceso de empatía le da igual cómo le llaman a eso los expertos, solo sabe que se entristece o se deprime cuando se entera de ciertas cosas. Y que un hecho terrible tras otro hecho terrible le dejan en un estado de ánimo muy bajo. 

¿Y por eso hay tanta gente que evita las noticias?

Siempre se ha pensado que no querer saber lo que pasa en el mundo era de egoístas, pero creo que hay gente que simplemente lo hace para poder vivir, como un mecanismo de defensa.

¿Y su opinión sobre esto es…?

Que, como en todo, la solución está en el término medio. Hay que buscar el equilibrio entre nuestro deber como seres humanos y la necesidad de protegernos y de vivir. Pero no se puede vivir al margen de lo que pasa. Una sociedad desinformada no desarrolla espíritu crítico y es más manipulable. Además, hay veces que saber de algo, deriva a una acción.

Póngame un ejemplo.

La lucha por los derechos de la mujer tiene mucho que ver con el incendio ocurrido en una fábrica textil de Nueva York en el que murieron 146 personas, la mayoría mujeres y niñas. Fue el 11 de marzo de 1911. Las imágenes de esos cadáveres removieron conciencias y provocaron cambios legislativos.

También hay quien piensa que, cuando lloramos por otro, en realidad lo hacemos por nosotros mismos.

Es uno más de los temas que recojo en mi libro, sí. El debate es eterno porque no tiene una única respuesta. Y porque, a veces, en una misma persona se pueden dar reacciones opuestas dependiendo de las circunstancias. Nadie es de una pieza.

A Susan Sontag este tema le preocupaba mucho.

Ella publicó Sobre la fotografía en 1977 y después el libro Ante el dolor de los demás, en 2003. Insistió mucho en el uso, nunca inocente, que podía hacerse de una imagen. También sobre si la visión de determinadas fotografías podía producir una especie de anestesia (al principio creyó que sí; con el tiempo no lo tuvo tan claro). Y cuando surgió la discusión sobre si había que mostrar o no los cadáveres de los atentados del 11-S en Nueva York, ella defendió que había que haberlo hecho. Mantuvo también que ver las fotos que llegaban de Bosnia servía para oponernos activamente a la guerra que allí se libraba.

En su libro incluye testimonios que ilustran cada uno de los puntos que trata, como los de Stefan Zweig o Patricia Highsmith.

En 1985, la erupción del volcán Nevado del Ruiz, en Colombia, dejó más de 40.000 muertos y la lenta agonía, en directo, de una niña llamada Omayra Sánchez, que quedó atrapada del cuello para abajo entre los escombros y el lodo. La tragedia de Omayra, que finalmente murió, mantuvo en vilo a toda España durante 60 horas. Con motivo del 50ª aniversario del programa Informe Semanal, la reina Letizia contó cómo le impactó esa información cuando era una niña de 13 años. 

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