El hermano de Alberto S.G., conocido como el ‘caníbal de Ventas’, ha declarado este viernes en el juicio que el acusado no tomaba la medicación diaria que se le había recetado para los episodios de psicosis que sufría y que le llevaron en varias ocasiones a ingresos psiquiátricos.
Su relato es clave para dar luz a los motivos que llevaron al joven, de 28 años, a acabar con la vida de su madre cuando le estaba preparando el desayuno. Tras cometer el crimen, la descuartizó con un serrucho y comió sus restos durante días hasta que fue detenido por la Policía Nacional. El acusado afronta una petición fiscal de pena de quince años de cárcel por un delito de homicidio y cinco meses por profanación de cadáveres.
El hermano ha narrado que la mala relación entre el acusado y su madre se agravó a raíz de que muriera su padre en 2008, lo que provocó que su progenitora entrara en depresión y cayera en la bebida. Alberto solía reprochar a la mujer que se gastara la pensión de viudedad en alcohol.
El chico era buen estudiante, pero «fumaba porros» e iba de botellón. Iba a la universidad y trabajaba. Con una beca, se fue de Erasmus a Grecia pero el consumo de drogas le llevó a sufrir alucinaciones. Su hermano fue en su ayuda y vio entonces cómo había cambiado. «Estaba como ido. Vivía en un mundo imaginario diciendo paranoias», ha relatado recordando lo sucedido en la Embajada española en Grecia cuando su hermano le comentaba que les querían matar y secuestrar.
Ya en Madrid, tuvo diversos episodios de panaroias con ingresos psiquiátricos. Le diagnosticaron psicosis y le recetaron una pastilla diaria que no quería tomar. El hermano ha señalado que nunca presenció maltrato físico del acusado hacia su madre, quien le justificaba las marcas que tenía diciendo que se había caído. «Tiene un carácter muy temperamental, más que violento solía chillar. Había insultos y amenazas», ha contado el testigo, quien ha detallado que su madre no solía dar importancia a esas amenazas y solía dejarle estar en casa a pesar de que tenía una orden de alejamiento.
En la sesión, ha comparecido una vecina amiga de la madre y que conocía a Alberto desde pequeño. Según su relato, se cruzó con el chico después de que hubiera cometido el crimen y no sospechó nada. «Le veía bien y guapo, me sonreía. Nunca sospeché nada», ha apuntado. Al salir de la sala, le ha dicho al acusado; «suerte».
«PERDÓN»
Otra amiga de la madre ha relatado que el joven le mandó desde la cárcel una carta en la que le pedía perdón y le preguntaba sobre su perro. «Me voy a arrepentir toda la vida», escribió el chico en la misiva. Alberto S.G. relató en su declaración que tenía discusiones habituales con su madre al ser consumidor de drogas y relató que oía voces que le decían que la matara y la descuartizara.
En el juicio será clave la prueba pericial para determinar si el chico padece algún tipo de trastorno mental, que le podría atenuar la pena o eximir totalmente de responsabilidad penal en el caso de que implicara una eximente completa, como ya pidió su defensa en la instrucción.
El Código Penal contempla que aquellas personas que padecen una enfermedad mental grave o sufren un trastorno mental transitorio que les impide conocer la trascendencia de su conducta o, aun conociéndola, les impide actuar de acuerdo con esa comprensión son consideradas inimputables y se les exime de responsabilidad penal.
HECHOS A JUZGAR
El acusado, a principios de 2019 convivía con su progenitora en un domicilio de Madrid, situado en el barrio de Ventas. Sin concretar una fecha, pero a finales de enero o a principios de febrero, el acusado discutió con su madre y, tras un enfrentamiento verbal, se dirigió hacia ella «sujetándola fuertemente por el cuello, y con el propósito de acabar con su vida, le presionó fuertemente con sus manos hasta lograr estrangularla, causando su muerte por asfixia».
A continuación, el acusado, que se encuentra privado de libertad por estos hechos desde el 23 de febrero de 2019, trasladó el cadáver hasta el dormitorio de la vivienda y lo colocó sobre la cama «con el propósito de ir haciendo desparecer su cuerpo».
Para ello procedió a su descuartizamiento empleando una sierra de carpintero y dos cuchillos de cocina que tenía en la misma casa. Una vez troceado el cuerpo, el acusado se fue alimentando «en ocasiones» durante unos 15 días de los restos cadavéricos, «guardando otros restos en varios recipientes de plástico por la vivienda y en el interior de la nevera que había en el domicilio, arrojando también algunos de ellos a la basura dentro de bolsas de plástico».