El miedo sigue atenazando el sur de Turquía tres semanas después de los devastadores terremotos del 6 de febrero que han dejado ya más de 43.000 muertos y 108.000 heridos. La réplica del pasado 20 de febrero no ha hecho sino acentuar ese sentimiento entre quienes viven en la provincia de Hatay, donde se localizó el epicentro y donde se encuentra también el hospital de campaña de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID).
Al recorrer las calles de Iskenderun es fácil entender ese temor. Lo que antes eran edificios, algunos de cierta altura, han quedado reducidos a una montaña de escombros, mientras que en otros los estragos de los temblores son patentes, con grandes grietas o fachadas venidas abajo y que dejan ver la intimidad de lo que antes era un hogar: sofás, muebles y cuadros que ahora acumulan polvo y abandono.
Entre los edificios dañados, los dos hospitales públicos de la ciudad. Uno de ellos quedó completamente destruido. En el otro, se salvó una parte pero la otra es un amasijo de hormigón, hierros, restos de lo que fueron antes camas e informes de pacientes. De entre esos escombros salieron decenas de hospitalizados y sanitarios muertos.
La última réplica, de 6,4 de magnitud, llevó a las autoridades turcas a cerrar el hospital, junto al que aún hay varias tiendas de campaña que brindan una mínima atención y acogen también a damnificados. Tampoco está abierto otro hospital privado que había seguido operativo. Hay un temor real a que una nueva sacudida haga caer estos edificios y el personal sanitario no está dispuesto a poner en riesgo sus vidas.
ALUVIÓN DE PACIENTES
Esto explica por qué el pasado lunes por la noche, pocos minutos después del último seísmo, hasta el hospital de campaña del Equipo Médico de Respuesta en Emergencias (START) comenzaron a llegar decenas de pacientes, más de 100 en poco más de hora y media, cuando los días previos se había atendido a unas 250 personas.
El personal del hospital tiene claro que uno de los factores que influyó, además de que su labor ya estaba siendo reconocida entre la población, fue el hecho de que el riesgo de que hubiera otro temblor y por tanto el edificio pudiera caerse era nulo, ya que se trata de tiendas de campaña.
«Al cuarto de hora llegamos a ver 20 ataques de pánico con crisis de ansiedad y descontrol emocional, algunos convulsionando», recuerda Ricardo Angora, psiquiatra de Médicos del Mundo y que forma parte del equipo, aunque calcula que en medio del caos de esa noche seguramente que hubo hasta 30 casos de ese tipo.
Las personas con ataques de ansiedad fueron las primeras en llegar ese día, señala por su parte José Luis Lozano. El personal decidió con buen criterio, como verían poco después, desviarlas hacia una zona segura del hospital, que ha sido instalado en un recinto ferial, ya que pronto comenzaron a llegar heridos por el nuevo terremoto.
SALTAR POR LA VENTANA PARA SALVARSE
Entre los casos tratados, algunos de personas que habían saltado por la ventana por miedo a que su casa se les pudiera venir encima u otro de un hombre que al sentir el temblor salió corriendo presa del pánico a la calle y le atropelló un coche. Cuando llegó al hospital, recuerda José Luis, traía consigo aún los mandos de la tele y no se había dado cuenta.
Tras los terremotos, muchos en Iskenderun perdieron sus casas, viéndose obligados a tener que buscar refugio en otros lugares, incluidos sus coches o en campamentos improvisados. Pero otros muchos, aunque sus viviendas no han resultado dañadas, tienen miedo de lo que pueda ocurrir así que en general hacen la vida en los porches o los patios e incluso es corriente ver tiendas de campaña en los jardines en las que poder pasar la noche.
Aquí es donde la labor de Ricardo, junto con sus otras dos compañeras de Médicos del Mundo, es y seguirá siendo clave. «Es muy importante desactivar la ansiedad que tienen», subraya, precisando que su trabajo pasa por «intentar que las personas no desarrollen tanto temor ni miedo a la situación» y puedan gestionarlo mejor.
También tratan de intervenir en el proceso de duelo por la pérdida de familiares y amigos, algo que subraya que es importante llevar a cabo, así como en el estrés que les genera la nueva situación en la que se encuentran a raíz del terremoto, con independencia de que este pueda repetirse.
«Han perdido todo, su casa, sus pertenencias, el trabajo, no tienen recursos y eso les genera un estrés muy grande para seguir adelante con su vida diaria», lo cual requiere del apoyo psicológico que les brindan en el hospital de AECID para que puedan estar «más activos».
BLOQUEO EMOCIONAL
«Hay personas que se quedan completamente chocadas y no son capaces de funcionar y entonces a la problemática que tienen se le añade el bloqueo emocional que hace que no funcionen, que no puedan atender a sus hijos», subraya el psiquiatra.
«Para nosotros es muy importante que estas personas puedan llegar a ser autónomas y funcionen de forma adecuada», incide. «Evidentemente el duelo y el dolor por la pérdida de la gente no se la vamos a quitar, el estrés tampoco, pero lo que sí que vamos a intentar es que puedan funcionar y esto va a llevar tiempo», admite.
El trabajo con los niños es particularmente vital. Ellos son los más afectados y los más vulnerables en situaciones como esta, explica Ricardo, pero con intervenciones adecuadas también son los que pueden recuperarse con mayor facilidad.
ANSIEDAD ENTRE LOS NIÑOS
La pérdida de su entorno, como son su casa o su habitación, genera en ellos ansiedad y miedo. En los casos de los niños en campamentos de acogida, estos por ejemplo tienen miedo a ir a las letrinas o durante la noche.
En estas circunstancias, se constata regresiones en su desarrollo. «Algunos han vuelto a mojar la cama, otros no controlan los esfínteres, otros se chupan el dedo cuando habían superado esa etapa o buscan el pecho de la madre», ilustra, explicando que «tienen estas actitudes regresivas y se vuelven más infantiles porque lo que necesitan es protección y sentirse seguros» y tratan de llamar la atención de los adultos para que les protejan.
«Si se hace una buena intervención con ellos, si empiezan a sentirse protegidos, si se mantienen unos estándares de rutina, se habla calmadamente con ellos, se les explica con palabras y con frases que puedan ser comprensibles para ellos la situación se recuperan mejor que los adultos porque tienen una capacidad de adaptación mejor», resume, defendiendo la importancia de la atención psicosocial y de salud mental en emergencias.