Más allá de las fantasías de niño en las que primero quise ser Romario y, más tarde, emular a Julián López El Juli no recuerdo -ya con pleno uso de razón- haber deseado ser otra cosa que periodista. La vida es tan amplia y rica, a veces en grandezas y otras tantas en miserias, que la tarea de contar las historias que la tejen resulta siempre apasionante.
Sería pedante, además de una falsedad, asegurar que los primeros referentes que encontré fueron Oriana Fallaci y Kapuściński, de cuya existencia no tuve conocimiento hasta que llegué a esa Facultad de Humanidades y Ciencias de la Comunicación del CEU San Pablo de la que ya nada queda porque están edificando otra que será, eso dicen, mucho mejor. Al menos se mantiene en pie, espero que in aeternum, ese chalet vasco que es como un soplo de aire fresco en medio de tanto hormigón, ladrillo, adoquín y ferralla como hay en la manzana de Ciudad Universitaria. No me atrajeron, como digo, ninguno de esos dos colosos del periodismo, ni tan siquiera otros que -por decirlo de alguna manera- podía tener más a mano. Me refiero a esa nómina encabezada por Iñaki Gabilondo y Luis del Olmo y continuada por otros grandes como José María García, Jesús Quintero, Carlos Herrera, etc. Superando a estos gigantes, cuyo perfil es tantas veces igual o más mediático que el de las personas a las que entrevistan o las informaciones que tratan, mi vista se centró en otros derroteros.
No recuerdo cómo fue, ni dónde, ni el porqué pero sucedió que un día me topé con un artículo del genial fantásTico Medina y ya nada volvió a ser igual. Tiene Tico la magia de quien es grande sin saberlo, o sin querer recordarlo. Porque lo ha sido todo y cuando he tenido la oportunidad de hablar -que siempre es aprender- con él, nunca he dejado de percibir que se sentía sólo un hombre más. A veces, incluso, me ha parecido que en parte, y a pesar de tanta gloria y tanto golpe, sigue siendo ese niño de Píñar que miraba con devoción a una madre a la que describe como volviéndola a acariciar. Aunque Tico es granadino tiene mucho de Séneca en sus formas y en su fondo. Y, un día, me dijo y desde entonces para mí es ley que «hay que buscar el oro que hay en el barro y no el barro que hay en el oro». Ese ha sido y es su lema en el vivir y en el contar, que para un periodista es todo lo mismo.
Para eso llega Cómo!: para dar una explicación que va más allá del Qué! y para descubrir historias de personas -algunas anónimas y otras no tanto- que guardan un oro que poder enseñar y con cuyo brillo aportar algo de luz que nos dé esperanza en los tiempos de lodos en que nos está tocando vivir.