Hace cinco siglos, Fernando Magallanes y Juan Sebastián De Elcano, siguiendo los indicios apuntados previamente por Vasco Núñez de Balboa y con el respaldo de Carlos I, partieron de Sanlúcar de Barrameda en una expedición que -tres años después- logró completar la primera vuelta al mundo al alcanzar de nuevo costas andaluzas. Casi doscientos hombres entregaron su vida en aquella epopeya.
Dorantes, como buen flamenco, sabe bien que cualquier aniversario que se precie debe ser festejado con música y ha querido celebrar el quinto centenario de aquel logro publicando un álbum titulado La Roda del Viento. En él, el pianista nos invita a embarcarnos en un viaje de sueños, retos e incertidumbre que, tal vez, es también un recorrido por nuestra propia vida, por esos océanos que cada uno tenemos en nuestro interior.
Cuando Marina Heredia -la gran dama de la música que tiene Granada– me lo presentó, enseguida me percaté de que el lebrijano es parco en palabras y tiene esa natural timidez que ha sido siempre y es rasgo diferencial de los genios. Ni falta que le hace hablar de más porque David expresa con las manos y el corazón sentimientos que otros no somos capaces de transmitir ni con mil palabras. Además, nunca se da coba. Sigue esa norma sacrosanta que dictó Paco Toronjo y tiene presente que “todo aquel que dice “yo soy” es porque no tiene a nadie que le diga: “¡tú eres!””.
Esta obra suya, porque los artistas no trabajan sino crean, es un pasaporte a los sueños, un estímulo para la imaginación. Un bien preciado en tiempos de encierro y confinamiento. Es la ratificación de aquello que una vez me dijo un profesor en un aula del colegio salesiano cuando a propósito de una edición de la Feria Internacional de Arte Contemporáneo de Madrid (ARCO), con la osadía de mi primera juventud y la intención de ponerle en un brete, le pregunté cómo podíamos distinguir qué es una obra artística y qué no. Y aquel gran historiador me contestó: “cuando algo te inspira y te remueve por dentro, eso es arte”.
