El 11 de marzo de 2011, la central nuclear de Dai-ichi, en la región de Fukushima, en la costa japonesa del Pacífico, quedó dañada por un terremoto. Grandes cantidades de partículas radiactivas quedaron liberadas, y alrededor de 160.000 personas fueron evacuadas. Un área de unos 20 kilómetros alrededor del lugar no podrá ser habitada en un futuro próximo.
Dos meses después del accidente, el biólogo Joji Otaki se desplazó hasta Fukushima para realizar un estudio de las devastadoras consecuencias. Sus investigaciones se centraron en cómo había afectado la radiación sobre las mariposas Pale Blue Grass.
Uno de cada diez de los ejemplares presentaban severos cambios. Los investigadoes observaron ojos abollados, antenas deformadas o alas demasiado pequeñas. Las mariposas fueron expuestas a la radiación siendo aún larvas en hibernación y habían desarrollado posteriormente diferentes mutaciones.
Cuatro meses después, los investigadores regresaron de nuevo y comprobaron que las mutaciones se habían extendido y se encontraban ahora en casi un tercio de las mariposas. A su vez, demostraron que las larvas sanas también enfermaban al consumir plantas contaminadas.
Asimismo, no sólo las mariposas, sino también otros animales de Fukushima se vieron afectados por la radiación. De este modo, investigadores estadounidenses encontraron, por ejemplo, inusuales manchas blancas en la piel del ganado y en el plumaje de las golondrinas. «
Ha habido una disminución dramática en el número y la diversidad de aves en las zonas muy contaminadas», explica el profesor de biología Timothy Mousseau. El estadounidense investiga desde hace 14 años los daños por radiación en los animales. Empezó estudiando la región alrededor de la central nuclear de Chernóbil que sufrió un accidente y desde 2011 también analiza los daños en Fukushima.
El daño en la naturaleza es difícil de cuantificar. Por un lado, porque es difícil poner precio a la pérdida de una mariposa o toda una especie, a pesar del esfuerzo de informes como el TEEB, y porque no hay consenso sobre el efecto real de la radiación en los animales de Fukushima.
Un comité científico de las Naciones Unidas concluye que la exposición a la radiación de los ecosistemas en el agua y en la tierra fue «en general, demasiado baja para observar efectos graves».