Se pensaba que los humanos tenían las zancadas más largas de los primates para su altura, pero ahora los investigadores han comprobado que los chimpancés dan un 25% más de zancadas que nosotros, gracias a sus caderas giratorias, que giran hasta 61 grados cada vez que dan un paso para compensar su postura agachada y sus piernas más cortas.
Según Nathan Thompson, del Instituto de Tecnología de Nueva York (Estados Unidos), «estandarizados por su tamaño, los humanos no tienen zancadas largas». Sin embargo, hasta hace poco, la mayoría de los científicos creían que la zancada humana era relativamente larga para ser eficiente; «esto se enseña en casi todas las clases de introducción y en los libros de texto», recuerda Thompson, que explica que la idea errónea sólo se hizo realmente evidente cuando empezó a profundizar en la literatura.
Cuando Thompson empezó a investigar hasta qué punto los chimpancés rotan su pelvis al caminar, comenzó a preguntarse si el giro de sus caderas podría ser la clave de las zancadas más largas de los chimpancés.
Intrigado por esta posibilidad, decidió comparar a los chimpancés y a los humanos caminando a diferentes velocidades y ahora publica en el ‘Journal of Experimental Biology’ su descubrimiento de que las zancadas de los chimpancés son un 25% más largas que las nuestras para su altura gracias a sus caderas giratorias, que alargan sus zancadas 5,4 veces más que los mini-movimientos que hacemos los humanos al caminar.
«Trabajar con personas y animales siempre tiene sus dificultades», reconode Thompson, que pasó varios años con Brigitte Demes, Susan Larson (ambas en la Universidad de Stony Brook) y Matthew O’Neill (Universidad de Midwestern) familiarizando a los chimpancés con la marcha erguida sobre dos pies mientras filmaban a los animales en 3D.
Una vez que Danielle Rubinstein, William Parrella-O’Donnell y Matt Brett reconstruyeron el patrón de zancada de los humanos y el movimiento de sus caderas en 3D, el equipo redujo la escala de los humanos al tamaño de los chimpancés y descubrió que, aunque las piernas de los humanos eran proporcionalmente un 112% más largas, sus zancadas eran un 26,7% más cortas.
Mientras tanto, los chimpancés giraban sus caderas entre 28 y 61 grados, en contraste con los humanos, que apenas torcían sus pelvis, en sólo unos 8 grados. Y cuando el equipo comprobó cuánto les hacía avanzar la rotación de la pelvis en términos de longitud de zancada, los chimpancés tenían una clara ventaja. Sus caderas giratorias prolongaban su zancada 5,4 veces más, en relación con su tamaño, que el diminuto giro de los humanos.
«Creo que los chimpancés utilizan las rotaciones pélvicas para tratar de exprimir toda la longitud de su zancada, de lo contrario sus zancadas serían muy pequeñas –señala Thompson, que explica que los simios y los monos tienden a caminar con las piernas agachadas, lo que acorta naturalmente su zancada–, no creo que haya muchas opciones más que la rotación de la pelvis, dadas sus limitaciones anatómicas».
Pero, ante la pregunta de por qué el ser humano ha renunciado a girar las caderas cuando podría ampliar sus zancadas, Thompson sugiere una posibilidad: que las rotaciones extremas de las caderas podrían anular el balanceo natural de nuestros brazos y piernas -que se contrapesan entre sí-, lo que obligaría a nuestros músculos a trabajar más y haría menos eficiente la marcha, un precio que sencillamente no valdría la pena pagar por una mayor longitud de zancada.
Thompson también explica que los científicos habían pensado durante décadas que los humanos habían desarrollado la zancada más larga posible para ser más eficientes, pero ahora que resulta que nuestra zancada es considerablemente más corta que la de nuestros primos más cercanos, sospecha que otros factores han tenido un mayor impacto en la forma en que caminamos.
«Los seres humanos han tenido unos 7 millones de años de presión selectiva para el bipedismo económico; esto significa que ha habido mucho tiempo para experimentar con los costes y beneficios, por lo que podría valer la pena caminar con zancadas ligeramente más cortas, porque cualquier energía que perdamos, podríamos recuperarla en otra parte», sugiere.