Los murciélagos vampiro salvajes que están enfermos mantienen la distancia social y pasan menos tiempo cerca de otros miembros de su comunidad, lo que ralentiza la rapidez con la que puede propagarse esa enfermedad.
Así lo explica un equipo de investigadores de la Universidad Estatal de Ohio (Estados Unidos), el Instituto Smithsoniano de Investigaciones Tropicales (Panamá) y el Museo de Ciencias Naturales de Berlín (Alemania), en un estudio publicado este martes en la revista ‘Behavioral Ecology’.
A medida que un patógeno se propaga por una población, los cambios en el comportamiento social pueden alterar la forma en que se propaga una enfermedad. Las tasas de transmisión pueden aumentar cuando los parásitos cambian el comportamiento del huésped o disminuir cuando los individuos sanos evitan a los enfermos, una de las lecciones que se extraen de la pandemia del coronavirus.
En ciertos insectos sociales, los enfermos pueden aislarse voluntariamente o ser excluidos por sus compañeros de colonia. Un mecanismo más simple que causa una transmisión reducida es que los animales infectados a menudo muestran un comportamiento enfermizo, que incluye un mayor letargo y sueño, y una reducción del movimiento y la sociabilidad. Este distanciamiento social inducido por la enfermedad no requiere la cooperación de los demás y probablemente sea común en todas las especies.
Los investigadores llevaron a cabo un experimento de campo para investigar cómo el comportamiento de la enfermedad afecta las relaciones a lo largo del tiempo utilizando una red social dinámica creada a partir de datos de proximidad de alta resolución.
31 EJEMPLARES
Después de capturar 31 hembras adultas de murciélago vampiro (‘Desmodus rotundus’) en un árbol hueco en Lamanai (Belice), los investigadores simularon murciélagos ‘enfermos’ inyectando a la mitad una sustancia inmuno-desafiante, el lipopolisacárido, mientras que el grupo de control recibió inyecciones de solución salina.
Durante los siguientes tres días, los investigadores pegaron sensores de proximidad a los murciélagos, los devolvieron a su árbol hueco y rastrearon los cambios a lo largo del tiempo en las interacciones entre los 16 murciélagos ‘enfermos’ y los 15 murciélagos sanos en condiciones naturales.
Los ejemplares ‘enfermos’ se asociaron con menos compañeros de grupo, pasaron menos tiempo con otros y estaban menos conectados socialmente con compañeros de grupo sanos al considerar las conexiones directas e indirectas.
Durante las seis horas del periodo de tratamiento, un murciélago ‘enfermo’ interactuó de media con cuatro individuos menos que un murciélago sano. Los que se encontraban libres de enfermedad tenían un 49% de posibilidades de asociarse con otro sano, pero sólo un 35% de posibilidades de hacerlo con cada murciélago ‘enfermo’.
Durante el estudio, los murciélagos ‘enfermos’ pasaron 25 minutos menos asociándose por pareja. Estas diferencias disminuyeron después del periodo de tratamiento y cuando los murciélagos dormían o buscaban comida.
«Los sensores nos dieron una nueva ventana asombrosa sobre cómo el comportamiento social de estos murciélagos cambiaba de hora en hora e incluso de minuto a minuto durante el transcurso del día y la noche, incluso mientras estaban escondidos en la oscuridad de un árbol hueco», apunta el autor principal del estudio, Simon Ripperger.