Olena y Lena son dos ‘madres coraje’ ucranianas que tuvieron que huir de su país hace ya más de un año para darle una vida mejor a sus hijos. A muchos kilómetros de allí, Olga, Julia y Ambar viven en Colombia, Panamá y República Dominicana, respectivamente, y pusieron en marcha un negocio para salir de la pobreza. Cuentan sus historias para Europa Press este 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer.
«Mi marido abrió la ventana y dijo «‘Escucha, ha empezado la guerra’. No me lo quería creer». Este es el testimonio de Olena cuando recuerda el 24 de febrero de 2022. Vivía con su marido en Odesa, al sur de Ucrania, con sus 4 hijos Olga (14 años), Grigore (10), Iaroslava (9) y Alisia (4). Aquellas bombas truncaron su sueño de abrir una escuela en Odesa tras 15 años siendo maestra y la obligaron a salir huyendo con lo puesto junto a su familia hacia República de Moldavia.
«Las dos primeras semanas en Chisinau fueron las más difíciles. Vivía como un robot y mis hijos estaban muy asustados, no querían salir a caminar, no querían tener nuevos amigos», recuerda. Tras casi dos meses lejos de su hogar, entendió que la vida debía continuar. «Sentí mucho calor de la gente. Recibí esperanza. Empecé a buscar actividades educativas para mis hijos», explica.
Precisamente, UNICEF lleva a cabo un proyecto educativo en este país que permite a los menores refugiados de Ucrania realizar actividades. «Al participar en ellas, regresan a su infancia, a lo que alguna vez les perteneció. Los niños y niñas de Ucrania necesitan apoyo para seguir aprendiendo», argumenta Olena.
Desde el comienzo de la guerra en Ucrania, UNICEF y su aliado ‘Paso a Paso’ han organizado educativas informales en las instalaciones del Teatro Republicano de Marionetas ‘Licurici’, en Chisinau, la capital del país. Hasta la fecha, más de 15.000 niños de entre 3 y 17 años han participado en clases de inglés, rumano, matemáticas, arteterapia, danza y otras iniciativas organizadas por diez profesores refugiados.
Lena es otra ‘madre coraje’ que, cuando empezó la guerra, se mudó junto a su marido a un pueblo en la región de Mykolaiv, al sur de Ucrania. Su bebé tenía solo seis meses. Vivieron durante un mes en una casa antigua sin acceso a agua, luz y gas. «Nos dimos cuenta de que ya no podíamos vivir más así. Y decidí irme al extranjero», relata.
El 27 de abril de 2022, Lena logró subirse a un autobús para refugiados de Mykolaiv, que la condujo a la frontera con República de Moldavia, donde fue recibida por voluntarios que la ayudaron a encontrar otro medio de transporte a Rumania. «Viajé durante 24 horas… todo el tiempo sentada en la silla. Fue muy difícil para el bebé porque hacía mucho calor ese día, más todos los traslados», rememora.
En Rumania encontró un lugar seguro para ella y su pequeña Veronika en un centro de refugiados instalado en el edificio de una antigua residencia de estudiantes. El centro está coordinado por estudiantes voluntarios, con la ayuda del Ayuntamiento local y UNICEF Rumania. «Llegué aquí sin nada… Y me dieron de todo», agradece Lena.
Después de las primeras semanas, las cosas empezaron a normalizarse. Poco a poco se instaló en Bucarest. Un día, Veronika se resfrió pero con la ayuda de los voluntarios, fue al hospital y recibió los medicamentos necesarios. El acceso a los servicios médicos es esencial para los refugiados: Lena cuenta con el apoyo de un equipo médico móvil apoyado por la Fundación Social Innovations Queen Mary y UNICEF en Rumania.
El esposo de Lena y su padre todavía están en Ucrania, pero esta mujer sabe que es peligroso regresar. «Quiero quedarme en Rumanía. La guerra es algo muy malo y no se la deseo a nadie. Estoy agradecida de que haya gente que pueda recibirte y ayudarte con la comida, con lo que necesites. Porque vine sin nada. Les tengo mucho que agradecer», reconoce.
Niñas como Nina, Oksana y Olena también han sufrido las consecuencias de la guerra. «Me desperté oyendo las bombas que caían en nuestro pequeño pueblo situado cerca de Borodyanka», cuenta Nina. A Oksana le dijo su madre que habían cerrado la escuela a causa de los ataques. «Fue una época terrible, todos llorábamos», cuenta.
«Nunca nos tomamos en serio la noticia del ataque. Muchos de nosotros ni siquiera imaginábamos las atrocidades que iban a ocurrir en nuestros pacíficos pueblos», rememora Olena. Todas ellas reciben el apoyo de World Vision que, junto con su socio local ‘Girls’, ofrece apoyo psicosocial a los niños y niñas de Borodyanka, al oeste de Kiev.
«LUCHANDO POR LA SUPERVIVENCIA»
A muchos kilómetros de allí, Olga Ortiz se dedica a la confección de ropa para mujer, al alquiler de vestidos y a la organización de eventos a bajo costo. Vive en el municipio colombiano de Dabeiba (Antioquía). Tiene su negocio en la plaza del mercado del pueblo. Un día, Olga cortó con unas tijeras un vestido viejo de su hija y ahí comenzó una idea de negocio. «No tuve acceso a la educación. Toda la vida he estado emprendiendo, luchando por la supervivencia», relata a Europa Press.
Olga tuvo que cambiar dos veces de ciudad para escapar de la violencia del conflicto colombiano. Empezó de cero en Dabeiba, una zona donde residen muchos desplazados que dejaron sus hogares para vivir en zonas más seguras. En Colombia es una tradición que las niñas celebren con una fiesta el cumplir 15 años. Ahora, Olga organiza estos eventos y confecciona los trajes. Nunca pensó que en su taller iban a convivir en paz víctimas del conflicto colombiano y guerrilleros, celebrando en esas fiestas el cumpleaños de sus hijas.
Su hija Kelly Zapata se ha convertido en su ayudante. Desde hace dos años estudia diseño de moda en Medellín gracias a una beca universitaria concedida por la Fundación Microfinanzas BBVA (FMBBVA) y BBVA Colombia. «Mi madre es ese ejemplo de emprendedora guerrera, que le tocó muy duro el conflicto y aún así nos sacó adelante. La beca ha transformado mi realidad y la de mi familia», explica Kelly.
Julia Sandoval tiene un restaurante de comida criolla en Panamá y contrata a madres solteras. Sacó adelante sola a sus dos hijos y ahora en el restaurante también trabajan algunos de sus nietos. Comenzó sirviendo comidas en una estructura portátil yendo por los pueblos que estaban en fiestas. Está asesorada por Microserfin, la entidad panameña de la FMBBVA. «El mensaje que le doy a las mujeres es que emprendan», dice Julia.
Ambar es licenciada en Contabilidad. Ha emprendido desde muy joven ya que con 17 años tenía un pequeño restaurante de platos criollos típicos dominicanos pero tuvo que dejarlo porque no podía compatibilizarlo con las prácticas de Contabilidad que hacía en una empresa de transportes cuando terminó su carrera.
En 2016 decidió dar un giro a su vida y dedicarse a lo que realmente le gustaba: hacer postres y decoraciones para eventos. Su familia fue reticente al principio porque era un riesgo dejar un empleo seguro, y más con tres hijos pequeños. Pero Ambar hizo varios cursos de repostería y meses después puso en marcha Ambar Gourmet, su negocio de organización de eventos y elaboración de pastelería.
La pandemia le demostró que su negocio funcionaba sin necesidad de tener una tienda física, así que decidió ahorrarse el dinero del alquiler del local y acondicionar una cocina en el patio de su casa por lo que ahora tiene un hogar-empresa, como bromea. Además, imparte cursos de cocina online y explica recetas por Instagram Live. Actualmente, tiene casi 3.000 seguidores en Instagram.
«Emprender no es para todo el mundo, los sueños no se cumplen como dicen, hay que trabajarlos», afirma Ambar, que cuenta con el apoyo de Banco Adopem, la entidad dominicana de la FMBBVA.