El mundo ha confiado en el cumplimiento de las intervenciones no farmacéuticas, como la ventilación, el uso de mascarillas y el distanciamiento físico, para mantenernos a salvo durante la pandemia de COVID-19. Y estas medidas siguen desempeñando un importante papel tras la llegada de las vacunas, junto con los mensajes de salud pública.
Un nuevo estudio ha demostrado que es posible comprobar la eficacia de las intervenciones diseñadas para fomentar un comportamiento más seguro con el fin de frenar la propagación de un virus. Los investigadores descubrieron que el planteamiento más eficaz era un mensaje que apelara directamente al público, que contuviera razones morales y que fuera claro y coherente.
El estudio, dirigido por el Instituto Max Planck para el Desarrollo Humano (Alemania), junto con colaboradores la Escuela de Negocios IESE y la Universidad de Plymouth (Reino Unido) y publicado en ‘Science Advances’, pidió a siete grupos de 100 personas cada uno de una sección transversal de la población estadounidense que participaran en juegos diseñados para emular la transmisión del virus.
El juego se presentó en un marco neutral, sustituyendo los términos asociados a las pandemias por referencias a colores neutros. Los jugadores azules representaban a los individuos sanos y los morados a los infectados.
Los 100 jugadores de cada partida empezaron siendo azules; después, ocho jugadores seleccionados al azar pasaron a ser morados (esto representa el brote inicial).
En cada una de las 25 rondas, los jugadores decidían entre dos acciones: la acción G, que ofrecía bajo riesgo y baja recompensa (8 puntos), y la acción H, que ofrecía alto riesgo y alta recompensa (40 puntos). Todos los jugadores fueron emparejados al azar. Los jugadores de color azul emparejados con los de color púrpura podían cambiar al púrpura; la probabilidad de transmisión era de entre 0,05 y 0,25 y estaba determinada por el riesgo de las acciones elegidas por la pareja.
Por último, las puntuaciones sumadas en todas las rondas se tradujeron en recompensas para los jugadores azules únicamente, a razón de 1€ por cada 200 puntos, de modo que si asumían más riesgos y conseguían seguir siendo azules, obtenían una mayor recompensa. Sin embargo, si se «infectaban» y se volvían morados, lo perdían todo.
La investigación puso a prueba la eficacia de diferentes tipos de intervenciones para prevenir los comportamientos de riesgo.
El escenario se eligió a propósito para que fuera distinto al de COVID-19, a fin de garantizar que los participantes tuvieran el mismo nivel de experiencia. Las intervenciones aplicaron los principios de varios métodos utilizados por países y medios de comunicación de todo el mundo.
Y descubrieron que las personas reducían su comportamiento de riesgo de la siguiente manera: el método más eficaz fue un mensaje con el simple imperativo (es decir, dar una instrucción) con una explicación moral: «Elija la acción G para proteger su dinero de bonificación y el de otros jugadores». De media, los participantes también ganaron la mayor cantidad de dinero en esta condición.
Lo segundo más eficaz fueron las ilustraciones de las consecuencias de la propagación de la transmisión temprana. La tercera herramienta más eficaz fue un simulador que permitía a los participantes observar el resultado de juegos simulados con diferentes niveles de comportamiento de riesgo.
Sin embargo, no fue nada eficaz compartir (en color púrpura) los números de la tasa de casos. Según los resultados, la gente no previó el crecimiento exponencial de las transmisiones y reaccionó de forma insuficiente a los aumentos iniciales.
Peor aún fue la comunicación de «normas descriptivas» que describían el comportamiento de otros participantes (por ejemplo, el 60% de los participantes eligió la opción más segura), lo que en realidad provocó un ligero aumento del comportamiento de riesgo.
El autor principal del estudio, el doctor Jan Woike, profesor de psicología de la Universidad de Plymouth, explica que «las intervenciones no farmacéuticas -como el uso de mascarillas, el mantenimiento de la distancia física y la reducción de los contactos- requieren un cambio de comportamiento a gran escala, que depende del cumplimiento y la cooperación individuales».
«Las ciencias del comportamiento ofrecen herramientas cognitivas y comunicativas para ayudar, pero la eficacia de los métodos para aumentar el cumplimiento rara vez se ha puesto a prueba en escenarios controlados que sigan reflejando la dinámica de los brotes infecciosos –añade–. Lo importante de este marco es que permite probar la eficacia de una intervención antes de aplicarla en una pandemia real con consecuencias sanitarias para los participantes».
Según reconoce, «fue interesante observar que la intervención más eficaz no fue la que más gustó a los participantes. Los mensajes claros y coherentes fueron los que mejor funcionaron para reducir los comportamientos de riesgo».
No obstante, admite que «no sabemos si la próxima pandemia, o incluso la siguiente variante preocupante de esta pandemia, puede llegar y cuándo, pero los responsables políticos necesitan saber qué intervenciones tienen más probabilidades de promover un comportamiento socialmente ventajoso, y este es un paso para hacerlo posible», advierte.