Pasaportes a la libertad

Juan Carlos Antón

Que un buen profesor puede cambiar más vidas que un Consejo de Ministros es un hecho. Quien más quien menos ha encontrado, durante sus años en la escuela o la universidad, algún docente que ha transformado su manera de ver o afrontar la vida. En mi caso, fue un profesor de Lengua Castellana quién logró inocular en mí la curiosidad por la lectura. Recuerdo vivamente a Francisco Javier García Laguía sobre aquella tarima del aula palaciega del Colegio Marista Champagnat invitándonos a leer de una forma siempre sugerente para un chaval de catorce años: “Los libros- nos dijo- son un pasaporte a la libertad”.

Ambas son cuestiones que he ido confirmando con el paso de los años y de las cuales no he querido olvidarme ni en el ejercicio de la docencia, ni en el del periodismo. Me refiero a la influencia determinante y positiva que un maestro puede tener en sus alumnos y al poder inigualable de la lectura como la mejor herramienta para formar personas cultas -con un espíritu crítico sólido y basado en el conocimiento-, capaces de imaginar, soñar y crear. Liberadas, por tanto, del yugo de la ignorancia y dispuestas a alcanzar horizontes más lejanos que los que se dibujan donde alcanza la mirada de la mediocridad.

Otro de mis maestros, Bieito Rubido -que era también director del diario ABC en aquel momento y lo ha seguido siendo durante algunos años- aseguró en una de sus clases en la Universidad CEU San Pablo que cuando veía a alguien con un libro o un periódico en la mano, sabía inmediatamente que se trataba de una persona inquieta, despierta, interesada por cuanto ocurría en el mundo. Esa es la clave: despertar y alimentar las inquietudes. Vivir más y vivir mejor es el gran anhelo de fondo y la auténtica recompensa que tiene el lector.

Por eso, cuando la vicepresidenta Nadia Calviño -a quien tengo por una de las integrantes más juiciosas del Gobierno de España– propone la subida del IVA a los libros, es obligado cuestionarse si sobre la mesa hay únicamente consideraciones de tipo económico. Está en juego la libertad. La cultura debe ser segura pero también accesible. Vivimos tiempos de tuits y posts en los que la red social utilizada de forma mayoritaria basa su fuerza en contenido gráfico. Mientras tanto, un elevado porcentaje de los menores de veinticinco años no sabe escribir ni tan siquiera unas líneas sobre su propia historia. Por ello, se hace más urgente que nunca proteger las letras como garantía para una sociedad más libre, amplia y rica, con futuro.

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