Personas sin hogar han reclamado a las administraciones públicas que crezca el parque de viviendas sociales, que es «insuficiente», para que las entre 30.000 y 40.000 personas que no tienen un hogar en España puedan tener «una vida digna». Así lo han pedido con motivo de la celebración este domingo 31 de octubre del Día de las Personas sin Hogar, impulsado por asociaciones como FACIAM y Cáritas.
Las asociaciones que participan en la coordinación de esta jornada han elegido para este año el lema ‘¿Sin salida? Perdidos en un sistema de protección que no protege’ y la imagen de un laberinto, para visibilizar las barreras a las que se enfrentan las personas sin hogar, las dificultades para acceder al sistema sanitario, a un empleo, a una vivienda digna, a una garantía de renta u otros servicios sociales.
Con motivo de esta jornada, ha contado su historia María Jesús, profesora de educación infantil, que llegó a un albergue tras sufrir un ictus, después de haber vivido años en la calle y en hostales. A su situación se ha sumado la de ser víctima de violencia de género.
María Jesús recuerda que tenía una vida acomodada, vivía en una casa impresionante y tenía a su marido y a su hija, hasta que un día lo dejó todo por otra persona.
«Yo vivía muy bien, tenía muchas llaves, del coche, de la casa, y se cruzó en mi camino una persona de la que me enamoré, los dos primeros años fueron increíbles, de viajar, de darme todo y más, pero llegó el maldito alcohol y las malditas pastillas y se acabaron los viajes y la vida porque empezó a pegarme», ha recordado.
Ahora, María Jesús lleva en su cuerpo las cicatrices de 32 puñaladas, las que le asestó aquella pareja, aunque asegura que las que más duelen son «las psicológicas».
Tras aquel episodio, después de entrar él en la cárcel y suicidarse, todas las personas de su entorno la llamaron para decirle que ya no tendría que mirar atrás, que se había acabado la pesadilla.
Sin embargo, ella se hundió e incluso llegó a Atocha con intención de arrojarse a las vías. Una señora se acercó y le dijo: ‘No haga eso, hay que vivir’. Y la echó para atrás. Después vio cómo se subía al vagón y comenzaba a pedir.
Aquella mujer le propuso que, si no tenía trabajo, hiciera lo que ella, con el objetivo de sacar algo de dinero para un hostal. Desde entonces, comenzó a recorrer los vagones de Cercanías y Metro, contando su historia y pidiendo una ayuda.
«Gente solidaria siempre ha habido, pero otros te miraban, porque para muchos estar en la calle es sinónimo de alcoholismo y drogadicción, pero en la calle puede acabar cualquiera», señala, recordando que ella es profesora de educación infantil.
Después de dormir en un coche, María Jesús estuvo viviendo en un cajero donde unos chicos le propinaron una paliza. Al poco tiempo, se marchó a un hostal en Atocha donde estuvo cuatro años.
Un día, cuenta que iba hacia el hostal, con 80 euros en el bolsillo, y lo siguiente que recuerda es despertarse en una habitación de hospital en la que había un sanitario equipado con el traje de protección frente al Covid.
«Me preguntó si sabía dónde estaba y me dijo que llevaba cuatro días en coma tras sufrir un ictus. Me habían recogido de las cocheras del Metro porque nadie me había socorrido, al revés, me robaron lo poco que llevaba encima, hasta el abrigo», lamenta.
Así es como terminó en un centro de acogida, el Juan Luis Vives, donde ha empezado a sentirse esperanzada y donde ha conocido a su actual pareja, a la que define como su «pilar». Además, le han concedido la renta mínima y dentro de poco espera poder alquilar una casa. Por el momento, al menos, dice que ha conseguido «dormir tranquila, aunque las pesadillas siguen».
Lo que permanecen son las «cicatrices», tal y como afirma, pero no tanto las que lleva en su cuerpo, las cuales ve ya como algo de su pasado, sino las «psicológicas», aunque ella lucha cada día por «guardarlas en un rincón».