El tenista español Rafa Nadal se quedó solo este domingo en la cumbre de su deporte al conquistar el 21º título de ‘Grand Slam’ de su carrera, rompiendo el empate que tenía con Roger Federer y Novak Djokovic para superarse a sí mismo por enésima vez.
A sus 35 años, tras más de cinco horas de batalla, después de ir dos sets abajo, el español tumbó al ruso Daniil Medvedev (2-6, 6-7(5), 6-4, 6-4, 7-5). Ni él mismo se lo podía creer, exhausto, con lágrimas en la cara después de no rendirse a la adversidad. A Nadal le da igual el marcador o el rival, siempre va a pelear hasta el final porque hay que estar preparado si cambia el viento.
Nadal es el más grande por trabajo y devoción, sin una queja. Cuando más mortal parece, es cuando saca una increíble capacidad de superación y mejora. Su potencia, el desgaste en su juego, el pesar de los años y las lesiones, la factura de las rodillas, todo parecía indicar que el de Manacor no podría tener una carrera longeva.
Este domingo en Australia, el balear disputó su sexta final y ganó por segunda vez en Melbourne, un escenario en el verano ‘aussie’ donde también tuvo sus palos en el pasado. Aunque tenga 90 títulos en su palmarés, caer y levantarse está en su ADN, aprovechar la ola y trabajar cuando llega el valle, entrenar y entrenar.
Nadal no pierde el tiempo. Es una máquina. Desde que se hiciera profesional en 2001 y empezara a ganar a mansalva en 2005, las lesiones han ido minando su cuerpo, pero el de Manacor vuelve a su fuerte para sudar la gota gorda y regresar más fuerte. En 2004 y aquel 2005 que ganó 11 títulos, el pie izquierdo ya le dolía.
Una lesión crónica que, en los últimos meses de 2021, después de pasar por quirófano, le hizo tener varias veces con su equipo la conversación de si había llegado el momento de decir adiós al tenis. La rodilla empezó a dar guerra en 2008 y tuvo que convivir con ella en varias retiradas importantes los siguientes años.
La gran lesión del tendón rotuliano en 2012, con el duro adiós a los Juegos, supuso siete meses fuera de las pistas pero en 2013 ganó 10 títulos, entre ellos Roland Garros, US Open y cinco Masters 1.000. Fortaleza física –luego tocaría la muñeca– y mental también a prueba, en un periodo de dudas, inseguridad y nervios, donde dejó de sentir sus golpes, de disfrutar en la pista.
El reseteo funcionó y en 2017, como también hizo su amigo Federer, volvió a su mejor versión. El de Manacor, ya con Carlos Moyá en su equipo, se daría después cuenta de la necesidad de dosificar su calendario para que no fuera por obligación. En resumen, la historia de Nadal es la del currante.
Así volvió a ser en este 2022 que comienza con la hazaña del 21º. «Es un semimilagro», dijo el español al llegar a la final. Después de otro medio año en blanco, con las dudas enormes de esa lesión en el pie, Nadal, el rey de la tierra y mucho más (501 victorias en pista dura), volvió a ser un competidor incansable.
Federer hace tiempo que tiró la toalla, a sus 40 años, y reconoció que la batalla estará entre el español y Djokovic. El serbio, otro animal, el ‘Chacal’, cogió la directa hacia el récord pero ahora y desde que en 2009 el suizo se pusiera en cabeza de carrera, el más grande es Nadal. El español sí pudo con Medvedev.
El mismo que hace unos meses impidió el pleno de los cuatro ‘grandes’ de 2021 para ‘Nole’, además del 21º. Todo un pastel que no se pudo comer el serbio. Después de ganar en Nueva York, el ruso parecía ‘kryptonita’ pura para los superhéroes del ‘Grand Slam’, pero está por descubrir la cosa, corporal o espiritual, natural o artificial, concreta, abstracta o virtual, que pueda con Rafa.
El ruso lo tuvo en su mano, pero ganar tres sets al español requiere muchas horas de hilar fino, de estar concentrado, de tener una mente de hierro y mil batallas en tu raqueta. Nadal lo volvió a hacer, regresó de la incertidumbre y elevó su nivel para ganar, da igual el rival, campeones, promesas, sorpresas, lesiones, operaciones, una pandemia o el propio virus, es irreductible.