El escritor alicantino Rafael Balanzá regresa a las librerías con ‘Muerte de Atlante’ (Algaida), la que considera «su mejor novela, ex aequo con ‘Los asesinos lentos'», que le supuso el Premio Café Gijón. El autor subraya que este nuevo título, como el resto de su producción no es «un producto en serie, convencional, de esquema policiaco o criminal que saturan el mercado, sino que intenta ser, una indagación moral».
Así habla el escritor a Europa Press de su nuevo libro, que arranca cuando la enfermera Fernanda Ramírez aparece muerta en su camarote durante una expedición promovida por una productora de contenidos audiovisuales. El objetivo de ese viaje, liderado por Adrián Márquez, consiste en la grabación de un documental sobre cierta extraña formación submarina en algún punto del océano Atlántico, descubrimiento que podría relacionarse con el mítico continente perdido de La Atlántida.
La narración presenta a dos atormentados protagonistas masculinos, Adrián y Bernardo, alternando sus puntos de vista. Tras el hallazgo del cadáver de Fernanda, el barco navega hacia un horizonte de violencia y horror con el trasfondo de una civilización que oscila entre deslumbrantes avances tecnológicos y un oscuro nihilismo.
Balanzá incide en que ‘Muerte de Atlante’ tiene un propósito que va más allá de un planteamiento de ‘novela con crimen’. Y lo explica a través de una alegoría: «Imagine un payaso actuando en una plaza de San José, en el cabo de Gata, que se propone entretener a los niños y después pasa su sombrerito buscando una aportación de los papis. Imagine ahora que ese payaso quiere que los niños se diviertan, sí, pero que además de divertirse aprendan a pensar con claridad en las consecuencias de sus acciones, a hacerse preguntas certeras sobre su propio desarrollo personal, sobre su porvenir; a plantearse, incluso, el sentido de sus vidas y la posibilidad de la existencia de Dios, a aproximarse a los orígenes de la civilización en la que viven».
«Ese payaso soy yo», apunta el autor afincado en Murcia, que considera que «el público lector, como toda la sociedad, se ha infantilizado mucho».
Para Rafael Balanzá, «escribir buena literatura que, además, tenga un éxito comercial suficiente como para hacer viable una publicación a gran escala es muy difícil». «De hecho, –prosigue– creo que más difícil que nunca. Desde luego, para los escritores que simplemente se proponen entretener, todo es mucho más sencillo. Escriben relatos que son casi videojuegos, para mentes famélicas, y luego alguna productora, sin ninguna preocupación por calidades estéticas o excelencias artísticas, hace una serie para televisión».
Al hilo de esto, expresa su convencimiento de que si sigue publicando libros quince años después del Café Gijón, y en una gran editorial como es Algaida, no se debe tanto a su calidad literaria como al hecho de que cultiva «un género popular»: el thriller. «Pero considero que mis novelas no son los productos en serie, convencionales, de esquema policiaco o criminal que saturan el mercado. Son, o intentan ser, indagaciones morales», precisa.
Compara su situación a la de Woody Allen: «También él empezó a hablar de sus preocupaciones, como la muerte, el sentido de la vida o las razones del mal, en sus comedias (‘La última noche de Boris Grushenkop’) y luego ha seguido haciendo lo mismo en thrillers geniales (‘Delitos y faltas’, ‘Match Point’), hasta casi los noventa años. Es realmente un superviviente, siempre a caballo entre la industria y su admiración por Dostoievski, que yo comparto con vehemencia».
En este sentido, comenta que en su novela «los problemas filosóficos que se plantea Adrián, son típicamente dostoievskianos: ¿Es posible la ética en un mundo sin Dios? ¿Cómo podría hacernos felices la tecnología si no nos amamos unos a otros? ¿Es la felicidad una especie de Atlántida perdida para siempre? Sin esperanza más allá de lo empírica y científicamente constatable, ¿qué sentido tiene nuestra vida?».
RETOS TÉCNICOS
Sobre el proceso de construcción de personajes y el empleo de distintas voces narrativas, el narrador remarca que «el multiperspectivismo y la restricción del punto de vista -en este caso, mediante el empleo del estilo indirecto libre, que vincula el relato en cada momento a un personaje determinado- son retos técnicos difíciles y forman parte de la panoplia de recursos propios de la novela moderna y contemporánea».
«Tuve claro desde el primer momento que Adrián y Bernardo debían distinguirse claramente –ya que proceden de esferas sociales y culturales muy diferentes–, a pesar de tener un importante rasgo psicológico en común, el de ser dos hombres frustrados y amargados, si bien por razones distintas. Fernanda, por el contrario, era una chica vital y bastante feliz, por lo que llegamos a saber de ella en la novela. Ese es el triángulo esencial, aunque hay un cuarto personaje decisivo, Esperanza, pero debo detenerme aquí porque tengo el dedo gordo del pie ya casi metido en el charco del spoiler», concluye.