Publicado en vientosur.info , por su calidad lo reproducimos en nuestro diario.
Hay una indecente, por innúmera, proliferación de sucesos relacionados con el incestuoso matrimonio “Red Social & Inteligencia Artificial” (en adelante RS e IA) que escalofrían la piel incluso de aquellos felices consumidores y productores del sistema Tecnoccidental[1]. El suceso paradigmático en este sentido, a nuestro juicio, ha sido la creación con IA, y posterior distribución por redes sociales perpetrada por alumnos de secundaria, de falsos desnudos de compañeras de clase[2]. Este suceso detona un nuevo modo de caer en la imparable absorción de lo que de humano nos queda en el entorno tecnológico. Aunque el modo es nuevo, la caída es la misma, es aquella que, desde la proliferación de las redes sociales como modo hegemónico de relacionarse y conocer el mundo, deteriora la salud mental de los jóvenes, disparando las prácticas patriarcales, la radicalización política, los problemas de identidad, las enfermedades mentales, y finalmente los suicidios[3]. Pero estos jóvenes no caen, junto con sus taras, únicamente en la virtualidad de la red, si no que caen también, e inevitablemente, en un mundo materialmente tóxico, contaminado, recalentado. Porque hay un matrimonio primigenio que alumbra tanto la RS como la IA, aquel que une el Capitalismo y la Tecnología Occidentales y que, en su amor por la acumulación y el dominio, ha devorado la naturaleza holocénica[4]. Y es que, efectivamente, si el entramado Tecnoccidental, con sus Redes Sociales e sus Inteligencias Artificiales, se caracteriza por algo es por intentar ocultar el sucio secreto de que, tras su aparente inmaterialidad, está la necesidad de explotar la absoluta concreción material de los recursos naturales del planeta para su sostenimiento[5], la indecible verdad de que el cambio climático es el precio a pagar por el desarrollo tecnológico. Bajo el amparo de esta premisa, podemos afirmar que la relación que existe entre sucesos diversos como la distribución en redes de fotos de desnudos y, por ejemplo, el posible agravamiento de las sequías en Talavera de la Reina por la construcción del Campus de Datos de Meta[6], es una relación sistémica. Existe un sutil hilo trenzado entre la hiperexcitación adolescente y el calentamiento global, ese hilo es el sistema Tecnoccidental y da vida a una plétora de preguntas tan peregrinas como relevantes:
“¿Qué tiene que ver tu tostada de aguacate con un bebé elefante?”[7]; “¿Que tiene que ver tu móvil con el trabajo infantil en el Congo?”[8]; “¿Y una bolsita de M&M con los orangutanes de Indonesia?”[9]; “¿Tu flamante coche eléctrico con un golpe de estado en Bolivia?»[10].
Buscar las respuestas a estas preguntas es hallar el desarrollo tecnológico, su afán de dominio y continua superación de límites, en el corazón de nuestra historia. Y es que hoy, la tecnología, lejos de ser la suma de los aparatos tecnológicos y las fábricas que los alumbran, es una cosmovisión, un sistema cultural hegemónico cuasi-religioso. Tecnoccidente únicamente cree en la sacralidad de la tecnología, pues únicamente cree en la tecnología como única realidad investida de la fuerza o el poder necesarios para potenciar cualitativamente la vida; es esta creencia la que regula prácticas y pensamientos en todos los rincones del mundo[11]; la IA es su nuevo mesías, y en la RS encuentra a sus prosélitos.
Sin embargo, aunque los tecno-acontecimientos que nos asolan desde hace tiempo nos lleven a algunos a plantear posiciones ciertamente radicales, ciertamente focalizadas en la raíz de nuestros problemas más acuciantes, lo que realmente sorprende es la incapacidad de una preocupación radicalizadora en los medios de comunicación. Se habla mucho de que las tecno-distopías alentadas por el surgimiento de la IA no son más que cortinas de humo que ocultan los verdaderos problemas asociados al inmenso poder que acumulan las grandes tecnológicas. Pero es que el inmenso poder que acumulan las grandes tecnológicas, y los sueños que alimentan, implican la posibilidad de la distopía. Si no podemos aceptar que un mundo tecno-distópico puede comenzar con el intercambio de fotografías generadas con IA de compañeras de clase desnudas, es que, efectivamente, no existe la posibilidad de aceptar la verdad tecno-distópica de nuestro tiempo. Y esto debido a que hay mucho miedo al rechazo de la tecnología, a la mal llamada tecnofobia. Un miedo, de hecho, muy injustificado, en primer lugar, porque no existe como peligroso movimiento semiarticulado al estilo ludita decimonónico, no existe siquiera como idea extendida en estado larval. No hemos tenido, aún a día de hoy, la posibilidad de leer en prensa generalista un artículo con posturas de crítica radical al tecnofascismo como el aquí ensayado. Donde, a primera vista, debería existir un debate amplio y abierto pro-tec vs anti-tec, solo existe el monólogo de la criminal neutralidad. Solo podemos leer artículos llamando a las filas de la tecno-neutralidad, del uso adecuado, unas llamadas que en su inquietud no revelan más que la asunción de que, dado el estado de la realidad, sería muy lógico, y hasta inevitable, que el rechazo a las nuevas tecnologías se extendiera como la pólvora. Y sin embargo no es así, no sucede, precisamente porque de antemano el debate está negado y el trabajo de la tecno-propaganda bien ejecutado.
Nuestro Tecnoccidente Tiktoker e Instagramer sabe muy bien que la gente, cuanto más entretenida menos comprometida. Por eso pone todo su empeño en blanquear su proyecto alimentando a los usuarios con la bazofia del entretenimiento tecno-utópico, erigiendo todos sus discursos sobre la tranquilizadora idea basal de que toda necesidad y problema humano se satisface y soluciona tecnológicamente, incluido el que para Naciones Unidas es el mayor desafío de nuestro tiempo, el problema ecológico. ¡Y es que hasta el propio cambio climático resulta ser susceptible de revertirse tecnológicamente! Gracias a proyectos como la gestión de la radiación solar, la modificación genética, o el binomio tecnologías verdes-energías renovables, el tecno-utopismo nos emplata la perversa paradoja de que necesitemos más tecnología para solventar los problemas que el desarrollo tecnológico ha generado[12], de que necesitamos, por ejemplo, seguir deforestando la selva amazónica, esta vez para fabricar molinos de viento[13]. Pero la tecno-propaganda sale siempre airosa contra toda clase de perversidad paradójica, porque un paso más allá de la retórica de la neutralidad, viene a sostenerla el pedestal discursivo de la esperanza, que, haciendo justicia al dicho, acabará siendo literalmente lo último que perderemos. Sin embargo, esta tecno-retórica, que da alas a los discursos de la sostenibilidad ecocapitalista y regulación de la RS y la IA, se limita, en última instancia, a dejar en manos de aquellos gobiernos y grupos de empresarios que han permitido que lleguemos al mundo de la posverdad y la ebullición global, la responsabilidad de enmendar sus propios desmanes bajo el leitmotiv de la regulación.
Por eso, llegados a este punto, nos resulta pertinente preguntamos: ¿Por qué ese afán por defender lo indefendible? ¿Por qué ese afán por demonizar la crítica a la tecnología? ¿Esa retórica de la neutralidad? ¿De dónde se nutre tanta esperanza? Y es que nos parece que sólo vivir arrobado por un idilio delirante puede terminar justificando lo injustificable. Únicamente un idilio maniaco permite no solo justificar el mal, sino amarlo. Amamos la tecnología aún a nuestro pesar, y este es el peso de nuestra condena. Amamos el coche eléctrico, pensarnos conquistando Marte, la automática satisfacción de cada capricho en la palma de nuestra mano… Este amor perverso por permisivo es lo que explicaría el surgimiento de nuevas imágenes de la banalidad del mal: Elon Musk dando crédito en un tweet a la perspicacia de Unabomber, o Sam Altman figurándose un Oppenheimer. Es el tecno-idilio global el que les permite desplegar literalmente por el mundo y la atmósfera su tecno-hegemonía, y es la impunidad con la que rigen el mundo la que permite a estos personajes coquetear sin contriciones con la maldad del cinismo[14].
Pero cuando Space X y su misión a Marte suponen la imposibilidad del Salar de Uyuni, y no pasa nada; cuando una IA se asocia con la malicia de la RS, y no pasa nada, entonces la neutralidad se vuelve complicidad. Y de esta brecha que abre la complicidad surge otra figura relevante, una que recuerda mucho al Oppenheimer post-Hiroshima, la de los colaboracionistas arrepentidos. Aquellos individuos, como Geoffrey Hinton[15], Timnit Gebru[16] o Frances Haugen[17], que después de dar lo mejor de sí en Google o Facebook, caen del guindo de la neutralidad, sólo para abrazar el árbol de la esperanza en la regulación del tecno-poder.
Pero transitar de la neutralidad cómplice a la esperanza delirante solo puede permitirlo una idea asimismo delirante, y que socorre, dándole envergadura metafísica, al relato Tecnoccidental, la idea de que la tecnología es un universal antropológico, y, por tanto, nuestro destino. Según esta antropología, el ser humano está llamado a prosperar progresando en la continua tecnologización de su entorno y de sí mismo, llevado por una sed insaciable de conocimiento exclusivamente satisfecha gracias al propio desarrollo tecnológico. El ser humano quiere conocer otros planetas y crea cohetes espaciales; quiere estar en todo momento en todas partes, y crea las redes sociales; quiere conocer el cuerpo humano y crea la herramienta CRISPR; quiere conocer lo que puede la mente e inventa chips cerebrales. ¿Cómo no tener esperanzas ante tales proezas? Sin embargo, esta antropología adolece de una flaqueza argumental y es que al afirmar que la sed de conocimiento es ilimitada, pretende inferir que solo la sed de conocimiento y ninguna otra sed es ilimitada. Efectivamente, ¡así es!, no es el conocimiento lo que es ilimitado si no su sed, es decir, su deseo, ¡el deseo! Lo que en verdad jamás tiene límites es precisamente el deseo, la propia estructura deseante del ser humano, y en ningún caso lo será el objeto de ese deseo, ni siquiera el de conocer y tecnologizarlo todo. Por ello nos preguntamos, ¿acaso debemos poner todos los recursos económicos, humanos y ecológicos para saciarlo? Si entrara en conflicto con la satisfacción de otros deseos, quizás también naturales, inevitables y humanos, ¿por qué deberíamos priorizarlo? ¿Por qué tiene más derecho a ser colmado el deseo de conocer Marte que el deseo de sostener una vida armónica con el entorno terrestre? El desarrollo tecnológico solo es nuestro destino en la medida en que pensemos que la única sed insaciable es la del tecno-conocimiento. Pero este último no será jamás la quintaesencia de lo humano sino simple principio estructural de una escala de valores alumbrada en Tecnoccidente.
Así, en contra del discurso Tecnoccidental, el problema no es que aún haya zonas tecno-desconocidas, el problema no es que aún haya problemas sin tecno-soluciones… El verdadero problema es pensar que la tecnología es la solución a nuestros problemas, como si estos no estuvieran relacionados directamente con la imposición de su desarrollo. El problema es pensar que la tecnología no es el problema.
Ted Kaczynki, el teórico neoludita pop, pero antes y mejor que él Jacques Ellul, Hannah Arendt, Martin Heidegger, Ernst Jünger, y una importante, y parece que lamentablemente poco influyente, cohorte de pensadores y pensadoras de la tecnología, atendieron enérgicamente este problema. Y sin embargo…; y sin embargo seguimos celebrando la aparición e implementación de la IA, aunque modifique estructuralmente el sistema laboral, el acceso a la información y su contenido, los modos de relacionarnos socialmente; seguimos celebrando y financiando proyectos interestelares como Breakthrough Starshot[18], aunque para su sostenimiento siga siendo sistémicamente necesaria e inevitable la explotación de entornos naturales irrecuperables. Seguimos entusiasmándonos con la última actualización de nuestra RS, aunque suponga el secuestro de nuestra privacidad. “Y entonces, ¿qué?”, se nos preguntará con razón. Si las renovables no valen, si la IA, la RS o los proyectos espaciales tampoco. ¿Qué nos resta por hacer si no es replegarnos en la cobardía del cinismo, en la perpetua reactividad crítica o en el abandono de una interminable procesión de días sin huella? Pues quizás toca pensar más allá del cliché de la neutralidad y la tecno-esperanza, toca improvisar, pensar sin referencias, sin tecnología, toca atreverse a la ilustrada y retomar el famoso adagio kantiano ¡Sapere aude! Toca atreverse a pensar lo humano más acá de la tecnología y su tecno-propaganda. De este modo, por ejemplo, veríamos cómo, desde la asunción de la premisa de que el problema si es la tecnología, el falso dilema de la neutralidad acerca de los usos adecuados de la RS desaparece. Y ello por el simple hecho de que un dilema implica siempre la valencia idéntica entre los polos de una decisión –usar o no usar la RS– y en este asunto, toda implicación de uso es siempre mala, siendo sin embargo su abandono, bueno. No es retórica, no es (solo) provocación, es que, en verdad, pensar que mi entretenimiento scrolleando videos de gatitos nada tiene que ver con las palizas instagrameables entre compañeros de clase, es no entender que, en un sistema que facilita y permite algorítmicamente el crimen, no basta para ser inocente con no cometer crímenes a tu alrededor. Divertirse, como decían Horkheimer y Adorno, “es estar de acuerdo”[19].
Y es que no hay entretenimiento, ni emprendimiento empresarial, ni discurso neutralista, que justifique y compense las depresiones, las autolesiones, los ataques de ansiedad, el acoso, el sufrimiento y las muertes de miles de niñas y adolescentes, relacionadas directamente con la epidemia de las redes sociales. Dentro del propio paradigma Tecnoccidental existe, obviamente, una preocupación genuina sobre el impacto de las redes sociales, no en vano en EE UU se las puede considerar un problema de salud pública[20]. Y de ahí los intentos de regulación, la creación de comités éticos y la proliferación de códigos deontológicos, que siempre se mueven incómodamente en los estrecho márgenes que permite el tecno-idilio y su retórica neutralista y esperanzada. Y, sin embargo, más acá de la tecnología, fuera de su esfera de influencia, quizás podamos ver que nunca hubo cuestión ética en la tecnología, si tenemos en cuenta que para que una ética pueda darse debe vivir en un entorno limitado.
En efecto, la ética no dibuja ni impone límites a lo humano, sino que desde la asunción de una existencia limitada trata de elegir lo justo y lo bueno; la ética es solo un mapa del territorio humano, un mapa necesario para entendernos, tratarnos y comportarnos. No necesitamos ética porque necesitemos límites, sino que necesitamos límites para que se dé una ética. Debido a que el otro limita mi yo, debido a que la muerte limita mi vida, debido a que el entorno limita y configura mi corporalidad y mi subjetividad, es por lo que hay una ética humana, social, individual, una ética del cuidado, una ética ecológica. Pero si la tecnología tiene como fundamento la continua superación de los límites humanos, es obvio que la ética jamás podrá darse. Una ética de la tecnología es un oxímoron. Y no porque, como suele decirse, la ética vaya más lenta en su devenir de lo que va la tecnología, sino porque simple y llanamente no puede ir a ningún lado allende los límites de lo humano. La ética nunca podrá llegar a donde pretende llegar la tecnología. Y es que la agónica relación mantenida entre ética y tecnología no es una relación de velocidades, es una cuestión de mundos inconmensurables. El debate no debe ser pues sobre velocidades, sino sobre posibilidades. Sobre la posibilidad de una ética en un mundo humano que pierde cada vez más su humanidad, su carácter de segura permanencia, sus límites, al expandirse tecnológicamente en todas direcciones, como el universo en el que vive. La ética nunca podrá cartografiar un territorio en continua expansión, y por eso siempre parecerá sucumbir en la ficticia carrera con la tecnología.
Por eso, si el problema de la tecnología está en la raíz de los problemas ecológicos y de la salud mental, sobre todo en los jóvenes, entonces debemos ponernos radicales y realizar propuestas acordes a la radicalidad del problema. Propuestas legislativas anti-tec podrían ser, por ejemplo, gravar los productos tecnológicos cuya extracción de componentes suponga la explotación de entornos naturales vírgenes y la utilización de mano de obra infantil; o incluir en los embalajes de producto, al modo de las tabaqueras, fotografías tanto de las zonas explotadas, como de las condiciones laborales. Quizás así, los innecesarios, taladrantes y propagandistas videos de unboxing perderían gran parte de su hechizo. Pero más inminente sería la necesidad de plantear, allende la regulación de las Redes Sociales, su abolición. Y no solo por el mal que parten y reparten.
A estas alturas, seguramente ya se nos estará tildando de reaccionarios, cuando, de hecho, el proyecto Tecnoccidental es la gran reacción a todo aquello no tecnologizable. Se nos dirá reaccionarios por no aportar alternativas, soluciones sistémicas. Pero es que antes hay soluciones rápidas y efectivas como la mencionada abolición de las Redes Sociales. Un gran cambio que lo cambiaría todo. Y no hay en ello nada que temer, su abolición no sería nunca el fin del mundo, y de acabar uno sería el de la adicción, el del FOMO, el del aumento imparable de ciberacosos, depresiones, ansiedades y suicidios. El fin del mundo de la desconexión del mundo.
Es, sobre todo, en la medida en que las redes sociales, y su modo de vida aparejado, socavan el diálogo entre individuos y comunidades, que pueden ser consideradas para su abolición. Entendemos que ello no supondría una merma en el derecho y la libertad de expresión, porque no encarnan ningún paradigma de la expresión personal; más bien encarnan el deber y la imposición de la exteriorización, de la expresión continua de la intimidad, la adulteración de la realidad y la propagación de desinformación.
Y es que la RS no es un espacio público, como han pretendido hacernos creer, no es un ágora; porque no existe espacio público que no sea espacial. Por este motivo, con su abolición, no se recortan libertades, pues abolir un medio de expresión no es abolir la libertad de expresión. Quien no tiene redes sociales aún sigue esperando la recuperación de un espacio público donde tenga sentido expresarse, y esto seguramente solo suceda con el cierre de la RS, que ha sustituido el entorno físico por la virtualidad. Las redes, al no ocupar ni compartir lugar con las y los usuarios, carecen de lo más fundamental de un ágora, un espacio en el que los individuos estén inevitablemente implicados, verdaderamente relacionados. Es la inevitabilidad de la compartición de un espacio en el que convergen los individuos y grupos humanos lo que convierte en elemental la comunicación entre ellos. Sin embargo, las redes sociales ocultan la profunda necesidad de este espacio tridimensional cualificado por un clima y un paisaje, para que la libertad de expresión tenga sentido[21]. Por otro lado, las redes sociales imponen un único modo de expresión discriminador, que más allá de su poca eficacia en la movilización de la ciudadanía, excluye de la virtualidad del diálogo (por llamarlo de algún modo) a todo aquel que no tenga un dispositivo electrónico, que no consienta en consumir productos tecno-capitalistas, que se resista a ceder su privacidad al tecno-consumo. En este sentido sería precisamente la RS la que limita y coarta la libertad de expresión, al estrecharla a los meros márgenes de lo digital. Hasta no hace tanto, lo único que un individuo o comunidad debían tener como requisito para la expresión y la comunicación, era una voz, un espacio e interlocutores; como escribía Hannah Arendt, “la presencia de otros que ven lo que vemos y oyen lo que oímos nos asegura de la realidad del mundo y de nosotros mismos”[22]. Es la ausencia de la presencia aquello de lo que adolece la RS, y con ello es la realidad lo que nos arrebata.
Ni manifestaciones en las calles, ni asambleas en fábricas y universidades, ni espacio público en general. La ecología de la red social, insistimos, ha sustituido le vivencia de la concreción del entorno físico compartido, por la vivencia solitaria de una falsa inmaterialidad infinita, una vivencia que a su vez supone la erección de macroedificios e infraestructuras con un impacto medioambiental muy concreto. O, dicho de otro modo, la RS, en tanto que punta de lanza de la tecno-propaganda, realiza una doble ocultación: por un lado, oculta nuestra necesidad de un entorno físico compartido, y por otro oculta el entorno físico que ocupa (los Data Center), el entorno físico que explota (minería, acuíferos o embalses), así como la materialidad de sus deshechos (desde componentes electrónicos al CO2 que emiten).
Hemos optado, hasta aquí, por centrarnos sucintamente en la consideración crítica del elemento de la RS, para evidenciar el carácter criminal de la estructura del sistema Tecnoccidental al que pertenece, pues criminal es tanto la explotación de entornos naturales y de mano de obra infantil, como el algoritmo que recomienda suicidio[23] con la frívola finalidad de lograr imponer un entretenimiento vano. Afirmar que el sistema tecnologicista es criminal resulta en última instancia más acertado, fácil, y sin duda menos belicoso, que criminalizar a los individuos por el mal uso que realizan de los elementos del sistema. Porque criminalizando al usuario del elemento tecnológico blanqueamos el sistema que lo produce, y nos encontramos de bruces con el absoluto y hobbesiano caos de las recriminaciones intersubjetivas, intercomunitarias, intersistémicas en el que sucumbimos a hoy día. Pero el hombre es un lobo para el hombre sólo cuando los individuos viven en jaulas, sólo cuando viven como animales y, en efecto, aquello a lo que nos condena y reduce la tecnología es a la tecnoanimalidad. La tecnología impone una domesticación salvaje, en la medida en que impone una medida de control sin medida.
Por todo lo expuesto concluimos que, si finalmente se asume que la tecnología es el problema, el problema del auge capitalista, del auge del totalitarismo de la vigilancia, del auge de la tecnologización del entorno y los individuos, en definitiva, del auge del colapso atmosférico, entonces no existe ni la tecnofobia ni el tecnófobo, porque nadie tiene fobia al mal. Porque ninguna fobia tiene su filia. Una fobia es un rechazo ciego, reactivo, sin alternativa, pero nuestra mal llamada tecnofobia encierra la amplitud de un mundo que ama todo aquello que arrebata el fascismo tecnoccidental. Nuestra postura es un gran NO sólo porque existe un gran SI: a las relaciones identitarias, sexuales, personales, laborales, comunitarias, atmosférica, y sobre todo ecológicas no mediadas ni material ni mentalmente por el primado tecnológico. No somos tecnófobos porque rechacemos la tecnologización de todo, ellos son antropófobos en la medida en que desean cambiar y explotar al ser humano en aras de la tecnología, ellos son ecófobos en la medida en que destruyen, para lograrlo, nuestro mundo, devastando nuestros paisajes, y finalmente abrasando nuestra atmósfera.
Alvaro San Román Gómez es doctorando en el Programa de Doctorado en Filosofía en la UNED
Publicado en vientosur.info , por su calidad lo reproducimos en nuestro diario.
Aviso a perspicaces:
Este artículo ha sido escrito en un ordenador portátil, publicado en internet, seguramente difundido en alguna cuenta de alguna red social; todo ello no le resta un ápice de coherencia, verdad u honestidad al mismo. Vivimos en un mundo en el cual los ordenadores, internet y las redes sociales son nuestra tecnoambientalidad, tal y como lo es el aire contaminado de nuestras grandes ciudades. Ojalá viviéramos en un mundo donde ni el tecnoambiente, ni este artículo fueran tan necesarios como inevitables. Pero lamentablemente, tal como vivimos y tratamos de mantenernos vivos respirando el aire contaminado, así tratamos de vivir y mantenernos vivos dentro del tecnoambiente y sus lógicas, así es como lo hacemos
Notas
[1] Hablar de Tecnoccidente no es sólo hablar de un modelo tecnologicista acotado geográficamente. Cuando hablamos de Tecnoccidente hablamos también de países como Japón, China o la India en la medida en que replican, adaptándolo a sus idiosincrasias, el sistema productivo tecnocapitalista así como su ideología, que tienen su origen en la cuna de la civilización occidental.
[2] https://elpais.com/espana/2023-09-18/la-policia-investiga-el-desnudo-integral-de-varias-menores-en-extremadura-con-inteligencia-artificial-me-dio-un-vuelco-el-corazon.html
[3] https://elpais.com/ideas/2023-10-22/hay-que-prohibir-los-moviles-hasta-los-16-anos.html
[4] San Román, Á., y Molinero-Gerbeau, Y., Anthropocene, Capitalocene or Westernocene? On the Ideological Foundations of the Current Climate Crisis, Capitalism Nature Socialism, 2023, DOI: 10.1080/10455752.2023.2189131
[5] https://elpais.com/tecnologia/2023-03-23/el-sucio-secreto-de-la-inteligencia-artificial.html
[6] https://www.lavanguardia.com/tecnologia/20230510/8955405/meta-desata-polemica-centro-masivo-datos-talavera-reina-consumira-millones-litros-agua-zona-sequia-pmv.html
[7] https://elpais.com/planeta-futuro/2023-04-25/los-aguacates-amenazan-a-los-elefantes-en-kenia.html
[8] https://www.amnesty.org/es/latest/campaigns/2016/06/drc-cobalt-child-labour/
[9] Al parecer, los M&M están elaborados con aceite de palma, principalmente proveniente de los monocultivos que reemplazan los hábitats selváticos de los orangutanes en Indonesia. Más sobre este asunto en el documental “The Green Lie”, Werner Boote, 2018.
[10] https://www.publico.es/tremending/2020/07/26/twitter-daremos-un-golpe-de-estado-a-quien-queramos-las-palabras-de-musk-sobre-el-golpe-en-bolivia-que-levantan-ampollas/
[11] San Román, Á., Pensar El Tecnoceno, Vivir El Cosmoceno. Distopía y Esperanza En La Era de La Emergencia Climática. Madrid, Ápeiron, 2021
[12] No lo decimos únicamente nosotros, ¡también lo dicen ellos!: “Creemos que no hay ningún problema material, ya sea creado por la naturaleza o por la tecnología, que no pueda resolverse con más tecnología” Escribe Marc Andreessen en su “Manifiesto Tecno-optimista” – https://a16z.com/the-techno-optimist manifesto/utm_campaign=tecnologia_2023.10.20_2
[13] https://elpais.com/planeta-futuro/2021-11-24/los-molinos-de-viento-deforestan-el-amazonas.html
[14] Como muchos thrillers cinematográficos nos han enseñado, es la impunidad del criminal lo que le lleva a la psicopatía, a hacerse cada vez más temerario e imprudente.
[15] https://elpais.com/tecnologia/2023-05-07/geoffrey-hinton-si-hay-alguna-forma-de-controlar-la-inteligencia-artificial-debemos-descubrirla-antes-de-que-sea-tarde.html
[16] https://www.20minutos.es/tecnologia/inteligencia-artificial/timnit-gebru-experta-inteligencia-artificial-google-despidio-nos-venden-un-futuro-sin-humanos-5119852/
[17] https://elpais.com/tecnologia/2021-10-10/la-garganta-profunda-que-llevo-a-facebook-a-su-peor-crisis-existencial.html
[18] Breakthrough Starshot es un proyecto destinado a enviar pequeñas naves espaciales a Alfa Centauri, el sistema estelar más cercano al nuestro, con el patrocinio, entre otros, de Mark Zuckerberg o Stephen Howking
[19] Horkheimer, M. – Adorno, Th. Dialéctica de la Ilustración, Ed. Trotta, Madrid, 2006, p.189
[20] https://elpais.com/sociedad/2023-05-24/el-mayor-experto-en-salud-de-ee-uu-recomienda-restringir-el-uso-de-las-redes-sociales-a-los-adolescentes.html
[21] Esta sería la principal causa de la imposibilidad de una Internet abierta. Su imposibilidad no es sistémica, no viene del poder de una tiranía monopolística, su imposibilidad es ontológica, no puede abrirse aquello que no ocupa lugar.
[22] Arendt, H., La condición humana, Ed. Paidós Iberica, Barcelona 2005, p.71
[23] https://elpais.com/tecnologia/2022-10-29/el-suicidio-de-una-nina-britanica-dispara-el-debate-sobre-la-responsabilidad-de-las-redes-sociales.html