La primavera se va abriendo paso y, con ella, llegan las novedades literarias que las editoriales preparan para las próximas grandes campañas, como lo son Sant Jordi (en Barcelona) o de la Feria del Libro del Retiro (de Madrid).
Silvia Company de Castro (Valencia, 1991) aparece en el panorama literario español con una gran rotundidad y una perentoria carga emotiva. Su primer libro “Todo lo que perdí mientras te buscaba” (editorial Cuadernos del Laberinto. Madrid, 2023) es un escenario vibrante sobre temas tan profundos como la soledad, los sentimientos y el desgarro del abandono. La poeta coloca al lector frente a esa gran pregunta de si es mejor estar solo o mal acompañado: “todas esas inmensas ganas de sobrevivirnos”.
Company parece haber vivido en carne propia el desarraigo y la duda; pero sobre todo sus versos saben comunicar la contradicción entre el deseo y el bienestar: “Mi pecho es como un laberinto que dice que no. / Que no sabe cómo salir de tus días…./ Duela lo que duela”.
La sobriedad y clarividencia que demuestra su voz hace que irremediablemente el lector se pregunte “si acaso no es la libertad un continuo acto de renuncia”. Y con esta interpelación llega la encrucijada de la búsqueda de uno mismo mediante el amor y la soledad. Silvia Company de Castro pone de manifiesto que el aprendizaje sentimental y la maduración en las relaciones afectivas siguen siendo el gran tema literario, y sobre todo poético.
Un libro muy recomendable para entender el amor y disfrutar de poemas generosos y de una gran plasticidad.
—“Todo lo que perdí mientras te buscaba”, su primer poemario, acaba de llegar a las librerías de toda España. ¿Qué va a encontrar él bajo este título con oxímoron?
—»Todo lo que perdí mientras te buscaba” es un poemario que explora el valor de la pérdida a través de una constante búsqueda personal. En sus páginas, el lector puede encontrar la idea de la deconstrucción de la propia identidad al vivir ciertas situaciones demoledoras o extenuantes a nivel emocional, pero, sobre todo, cómo nuestras experiencias o pensamientos nos influyen hasta tal punto en el que pueden suponer un verdadero lastre que condene el presente si no logramos ser capaces de asimilarlas y aprendemos a desprendernos de ellas a tiempo.
Igualmente, en este poemario, exploro la idea de la frustración o el fracaso planteándolo no solamente como una pérdida de perspectiva o de aquellas creencias con las que nos sentimos profundamente arraigados como persona, sino más bien, cómo el fracaso puede verse también —en este contexto de pérdida— como una oportunidad para asistir a un reencuentro íntimo con nosotros mismos. En definitiva, el lector puede sentirse fácilmente identificado, pues: ¿quién no ha fracasado alguna vez? ¿Quién no se ha sentido con el inmenso deseo o la necesidad de romper con todo y recomenzar de nuevo?
—¿Cómo surge, cómo es la concepción de una poesía? ¿Tiene manías de escritor?
—La concepción de un poema es impredecible y variable de una composición a otra. Sin embargo, un factor que quizá podríamos delimitar como determinante es el contexto individual que envuelve al poeta y que ciertamente condiciona e influye en el proceso de creación.
Por supuesto, tengo “manías”. Siempre escribo con mi lista de Bandas Sonoras de Spotify de fondo. Esta manía lleva conmigo desde que realicé una actividad de escritura creativa en el instituto, cuando apenas tenía 15 años. Durante una clase de música, la profesora nos pidió que escribiéramos una historia o un poema siguiendo el ritmo de la pieza musical que escuchábamos de fondo. No recuerdo muy bien sobre qué escribí en aquella clase, ni siquiera si logré finalizar la tarea; pero sí recuerdo perfectamente que al salir de aquella clase de música empecé a escribir poesía (o, al menos, a intentarlo) utilizando música de fondo.
—¿Cuál es, en tu opinión, la mayor dificultad para la labor poética?
—Desde siempre he concebido la labor poética como el ensamble de un puzle. Primero, se deben reunir todas las piezas para, más tarde, decidir meticulosamente cuáles son las realmente necesarias para armar y transmitir el mensaje deseado sin llegar a sugerir en exceso. Como defiende el lingüista francés Oswald Ducrot en su Teoría de la argumentación, sería algo así como “decir con lo no dicho”. Creo que en esta especie de juego de saber expresar mediante lo no dicho, radica la clave y, al mismo tiempo, la mayor dificultad de toda composición poética.
—El poemario está plagado de referencias al paso del tiempo, a lo perdido o al miedo al amor. ¿Qué les pasa a los poetas que parece que se regodean con el dolor, es esa la esencia de la creación?
—Efectivamente, así funciona el mecanismo de la creación. Es decir, no podría escribir un poema sobre el alcance de la felicidad o la plenitud en el amor, por ejemplo. Sin embargo, esto no significa que el sentimiento de nostalgia, de melancolía – entre otros -, tenga que ser expresamente una peculiaridad inherente al poeta (tan solo hay que pensar lo fácil que es encontrar estas emociones o temas en otras áreas como la música, la pintura, el cine…). En definitiva, creo que el poeta – como todo ciudadano a pie de calle -, cuando se siente feliz, solamente trata de disfrutar de ese estado emocional y exprimirlo al máximo porque es consciente de la caducidad y la fugacidad del momento.
—Llama poderosamente la atención la belleza de la edición, desde el papel y la tipografía hasta la cubierta que parece un poema simbolista o visual. ¿Cómo ha sido el proceso de publicación con la editorial?
—Desde que me puse a trabajar con Alicia, la editora, sentí como si siempre hubiéramos colaborado juntas. Para mí, la experiencia de publicar con Cuadernos del Laberinto ha significado un continuo aprendizaje del que estoy y estaré sinceramente muy agradecida. En cuanto a la selección de la cubierta, buscaba un diseño que despertara la curiosidad del lector y que le invitara a reflexionar o a preguntarse sobre la clase de poemario que le espera en su interior (sugerir sin revelar). Creo que la editorial logró con creces el objetivo que tenía en mente.
—¿Pessoa decía que «la vida no basta, y por eso existe la literatura». ¿Cuáles son los motivos por lo que siente usted esa necesidad de escribir?
—Aunque adoro y me parece fascinante esta cita de Fernando Pessoa, si tuviera la oportunidad de hacerle una contrarréplica, diría que la vida a veces es demasiado para mí y, por eso, escribo poesía. Es decir, escribo para asimilar ciertas situaciones o experiencias personales; pero sobre todo, para comprenderme, conocerme mejor y seguir progresando como persona.
—La poesía, pese a todo, parece resistir e incluso florecer en estos tiempos. ¿Las redes sociales de Internet han influido mucho en el actual boom de la poesía?
—Desde luego. Actualmente, las redes sociales juegan un papel relevante en el boom poético que estamos viviendo por contener aspectos positivos como la inmediatez, que ayuda a que sea más tangible y próxima al lector. Igualmente, creo que la inserción de la poesía en las redes sociales también es positiva en cuanto a que visibiliza la figura del autor novel y le da la posibilidad de llegar a más lectores en un mercado ciertamente complicado.
—¿Qué ingredientes debe tener un buen poema?
—Para mí, inequívocamente, los ingredientes de un buen poema están en el saber encontrar la justa medida entre lo dicho y lo implicado. En otras palabras, dejar una (o varias) puertas abiertas a la interpretación del poema para que, de esta manera, el lector se sienta activamente involucrado y partícipe en el poema.
—¿Sigue siendo la poesía un arma cargada de futuro?
—En mi opinión, estos versos de Gabriel Celaya escritos en los años cincuenta poseen una vigencia incuestionable en la actualidad, puesto que vivimos un periodo de incertidumbre generado primordialmente por los conflictos bélicos, la crisis política y socioeconómica que amenaza constantemente el Estado de Bienestar del ciudadano. Por lo tanto, tal y como expresaba Celaya, más que nunca la poesía sigue siendo una herramienta de expresión pero también de transformación política y social.
—¿Cómo valora la rima y la métrica un poeta del siglo XXI?
—Es evidente la evolución poética en cuanto a la forma se refiere que se ha gestado y desarrollado sobre todo en los últimos años de este siglo XXI. Sin embargo, pese a que exista cierto alejamiento de la rima y la métrica por el poeta actual en su proceso de creación y muestre una preferencia por el verso libre o priorice otros elementos o recursos poéticos, creo imprescindible ser conocedores del estilo de nuestros predecesores y, más aún, valorarlos y seguir leyéndolos para continuar prosperando como poeta y persona.
—¿Qué libro se está leyendo y qué poemario nos recomendaría?
—Leo absolutamente de todo. Entrar conmigo en una librería es altamente peligroso porque puedo pasarme horas examinando hasta la última estantería.
Como supongo que a muchos nos sucede, el ritmo frenético del trabajo y de la vida en general, me impide leer todo lo que pretendo y quisiera, pero intento leer al menos un libro de narrativa y un libro de poesía al mes. Apenas hace unos días terminé el último libro de Carmen Mola, “Las madres” y releí una antología de poemas de Miguel Hernández.
¡Difícil quedarme tan solo con un poemario! Pero si tuviera que recomendar uno, recomendaría a Alejandra Pizarnik. Cuando la descubrí en la facultad fue una auténtica revolución para mí.
—¿Qué opinión le merece la poesía contemporánea española?
—Indudablemente, la última etapa de la poesía contemporánea española es un reflejo de la sociedad actual. En ella, podemos ver cómo se abordan las preocupaciones e inquietudes del poeta tanto a nivel personal como aquellas de la sociedad en la que se enmarca. Por lo tanto, creo que aproximarnos a ella es algo así como un ejercicio de autocrítica e introspección necesario para seguir avanzando como ser humano.