Más allá del elegante patio de butacas y su reputado escenario, el Teatro Real de Madrid esconde en su tramoya y a lo largo y ancho de sus instalaciones una compleja red de maquinaria y personal que hace posible la calidad de los montajes escénicos que ofrece, especialmente los operísticos, y que en 2021 le valió el premio de mejor compañía de ópera del mundo en los International Opera Awards.
Precisión milimétrica en sus montajes y un mimo exquisito de los detalles son algunos de los secretos que explican este éxito, un trabajo poco conocido por el público, a pesar de las visitas que ofrece el Teatro y por las que cada día pasa una media de entre 100 y 150 personas.
Este teatro centenario ha sido el lugar elegido esta semana por la concejala delegada de Turismo del Ayuntamiento de Madrid, Almudena Maíllo, para presentar la nueva campaña ‘Ven al teatro, vive Madrid’, que busca atraer turistas en los próximos puentes festivos y el periodo navideño con la oferta escénica de la capital como atractivo.
Durante su visita a este foro escénico, Maíllo subrayó el «gran reclamo» que supone el Real, el primer teatro de ópera que abrió en el mundo después de la pandemia, y ha invitado a madrileños y forasteros a acercarse a conocer, no sólo sus montajes escénicos, sino todo lo que esconde su ‘backstage’, para descubrir que «detrás de una gran obra de teatro, de una gran representación, hay mucho trabajo, muy concienzudo, muy profesional, en el que todo es sinónimo de excelencia».
Lo que se oculta entre bastidores es uno de los platos fuertes del Teatro Real, un espacio similar a un edificio de 22 plantas –14 de ellas en superficie– y el resto en el subsuelo madrileño, llegando su parte más baja a situarse a mayor profundidad que los túneles del Metro que pasan cerca y hasta toparse con corrientes de agua subterránea canalizadas y controladas por motores de bombeo que están achicando continuamente.
Así lo explican los responsables del teatro, que aclaran que esto se debe al arquitecto Antonio Florez, quien ejecutó la reforma de 1925 y optó por esta solución ante la imposibilidad de ampliar la caja escénica en horizontal, debido a la trama urbana del centro histórico de Madrid.
TECNOLOGÍA DE PORTAAVIONES
Para poder aprovechar todo este espacio vertical, el Teatro Real adaptó a la escena la tecnología de elevación espiral de los portaaviones, una solución que posteriormente ha sido replicada por otros escenarios de primer nivel en todo el mundo.
Esto requiere de un cálculo milimétrico del espacio a la hora de desarrollar los montajes, para lo cual la izquierda y la derecha ceden su nombre, a fin de evitar equívocos, a ‘Felipe V’ o ‘Carlos III’, como las calles que circundan al Real por sus laterales. Tampoco hay aquí delante o detrás, sino ‘Ópera’ o ‘Palacio’, según se apunte hacia las plazas de Isabel II o de Oriente.
Un total de 22 plataformas (cuatro de ellas dobles), medio centenar de barras de acero, vagones motorizados y hasta siete regidores –cuatro capaces de desarrollar su trabajo en cuatro idiomas– con conocimientos de música se encargan de llevar a buen puerto esta compleja tarea. Un trabajo para el que estos profesionales necesitan hasta un año para ponerse al día.
Si en el pasado la iluminación del patio de butacas se mantenía encendida durante la representación, haciendo que los artistas en el escenario compartieran protagonismo con las personalidades de los palcos (en su día fueron famosas las rivalidades entre las duquesas de Alba y Osuna), la llegada de la luz eléctrica y la posibilidad de dejar el patio a oscuras hizo, reconocen en el teatro, que todo el poder pasara a manos del jefe de escenografía, por encima incluso de las primeras figuras de la ópera o la danza.
Fuera del escenario, el Teatro Real sigue guardando sorpresas más allá de legendarios pasadizos secretos, como son las numerosas dependencias para bailarines –con salas que cuentan con dos tipos de suelo intercambiables con diferente dureza en función del tipo de baile que se esté ensayando– y orquesta –donde hasta las lámparas disponen de paneles que pueden absorber más o menos sonido a capricho del director–.
Si las cuevas de Altamira tienen una réplica exacta para preservar las originales, también el escenario del Real cuenta con una Sala de Ensayo de Puesta en Escena (SEPE) con las mismas dimensiones y un suelo milimetrado donde los artistas pueden moverse como harían sobre la tarima mientras ésta es un hervidero de trabajo para desarrollar la complicada escenografía que muchas de las óperas que acoge requieren, en algunos casos incluso con partes inundadas.
SASTRERÍA Y CARACTERIZACIÓN: UN TEMPLO DEL DETALLE
Pero si algo destaca dentro de estos talleres del arte escénico son las dependencias de sastrería y caracterización, un templo del detalle con 60 personas trabajando de continuo y hasta 100 en los momentos de puesta en marcha de una nueva ópera –como ocurre ahora con ‘Rigoletto’, de Giuseppe Verdi, que con el tenor mexicano Javier Camarena encabezando el elenco y con Miguel del Arco al frente de la dirección escénica, levantará el telón del Real el próximo 2 de diciembre–.
Un personal que trabaja «mañana, tarde y noche» y que debe estar preparado para acometer cambios profundos en el vestuario o los complementos «incluso el mismo día del estreno», explica Esther Dólera, la jefa de Caracterización del teatro.
Pelucas cuya preparación puede tomar hasta ocho días, hechas a mano con pelo humano –el último teatro de ópera que todavía trabaja así debido la mayor comodidad que ofrecen para los artistas, a pesar de su mayor coste– o de yak si se trata de cabello cano, así como un sistema de clasificación de ropajes propio de la Biblioteca de Alejandría –coordinado con los almacenes que la institución escénica tiene en Arganda del Rey y Sieteiglesias– permiten que a la hora de subir el telón la presencia del elenco en escena sea impecable, a lo que se suma que después de cada función todo el vestuario pasa por lavandería.
«Esto funciona como una fábrica alemana», remarca Dólera, que subraya que es en esta zona del teatro donde «se crean los personajes». Además, la responsable de Caracterización recuerda que junto a esto, su tarea también incluye ser una suerte de psicólogos de los artistas, pues son las últimas personas con las que comparten sus nervios antes de salir al escenario, en algunos casos durante más de un hora, unos nervios que no entienden de trayectorias ni fama.
«Todos se la juegan en el Teatro Real, si un tenor reconocido hace un gallo aquí, al día siguiente es portada en todos los periódicos. Aquí se juegan muchos contratos en otros teatros, hay muchos ojeadores», explica.
Otra profesional del teatro remarca el nivel de exigencia que requiere trabajar aquí, un oficio que «antes se aprendía día a día», pero para el que «ahora se puede estudiar» en el ámbito académico.
Fundado en 1818 por orden del rey Fernando VII, en 1997 reabrió sus puertas tras una rehabilitación arquitectónica compleja y pionera que convirtió su escenario en un referente entre sus símiles, tanto por su sofisticada tecnología teatral, como por su funcionalidad.
Así, el Teatro Real de Madrid está considerado como la primera institución de las artes escénicas y musicales en España, situándose como ópera nacional de referencia y como una de las principales instituciones culturales españolas. La institución goza además de una significativa proyección internacional.